España y la custodia de Tierra Santa.
José Antonio afirmó que "ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en este mundo”, frase con la que nos recuerda el enorme orgullo que supone participar del glorioso destino universal de nuestra patria. Un destino que encuentra su origen en la tradición católica que nos transformó en la nación poderosa e invencible que, mientras permaneció fiel a la Santa Iglesia, gozó del grandísimo honor de ser su escudo y su espada. Somos los españoles quienes hemos derrotado a los principales enemigos de la Verdadera Religión: el Islam, el protestantismo, la masonería, el liberalismo y el comunismo; quienes evangelizamos medio mundo y quines logramos que los Santos Lugares fueran respetados en medio de la hostilidad musulmana y judía que se apoderó de Tierra Santa. A este último episodio de nuestra gloriosa historia que tan desconocido es, me referiré a continuación.
Una vez finalizadas las Cruzadas en el siglo XIII, los reinos cristianos que participaron en las mismas se encontraban, lógicamente, en un estado de enemistad y conflicto con los soberanos musulmanes. Como consecuencia de esto, la conservación de los Santos Lugares se encontraba en una situación difícil y peligrosa, ya que existía una amenazante probabilidad de su destrucción; al mismo tiempo que también se esfumaban las posibilidades de peregrinación hacia Jerusalén por parte de los europeos.
Sin embargo, no toda la Cristiandad se encontraba en esta penosa situación con respecto a los nuevos amos de Palestina; ya que los reinos hispánicos, ocupados con su propia cruzada, la Reconquista, no habían participado directamente en el conflicto. Esta es la situación que favoreció la entrada de los reinos hispánicos primero, y de la España unificada después, en la lucha por conservar algunos de los más importantes santuarios y escenarios de la religión cristiana; así como la razón de que el título de “Rey de Jerusalén” haya permanecido hasta nuestros días entre los diferentes títulos que ostenta el monarca de España. Concretamente, fue la Corona de Aragón la entidad política que inició esta relación, ya que, a la razón anteriormente mencionada, se sumó la de la importancia comercial y económica de la que este reino gozaba en el Mediterráneo de la Baja Edad Media.
El primer punto de contacto establecido entre las monarquías hispánicas y la de Jerusalén fue el matrimonio, en 1262, entre Berenguela, hija del rey leonés Alfonso IX, y Juan de Brienne. Más tarde el reino de Jerusalén quedó en manos de Aragón, ya que en 1343 Sancha de Mallorca heredó de su marido Roberto de Anjou este título.
Pero el monarca que, al heredar este título, logró que quedara en manos de España de manera definitiva fue Fernando II de Aragón (1452-1516). Este rey, artífice junto con su esposa Isabel I de Castilla de la reunificación de nuestra nación, logró que el Papa Julio II firmara una bula según la cual le concedía el reinado de Jerusalén; acción que fue consecuencia, por un lado, de la habilidad diplomática del Rey Católico, y, por otro, para premiar su labor defensora de la Iglesia.
Por lo que respecta a la conservación y custodia de los Santos lugares, se trató de un proceso paralelo a aquel que logró para el Rey de España la obtención del título de Rey de Jerusalén. Se desarrolló a través de la Orden Franciscana, ya que los diversos terrenos comprados por lo reinos hispánicos en Tierra Santa fueron cedidos a estos monjes, encomendándoles su conservación y custodia a través de la construcción de monasterios. De hecho, el propio fundador de la Orden, San Francisco de Asís (1182-1226), visitó esta región e inició lo que el P. León Villuendas calificó en su artículo “Los segundos cruzados o los frailes de la cuerda en Tierra Santa” como una segunda conquista de estos territorios, esta vez pacíficamente.
Entre las reliquias y edificios custodiados por los franciscanos se encontraron, y en muchas ocasiones continúan encontrándose, el Cenáculo, cuyo suelo fue comprado por Roberto de Anjou, el Santo Sepulcro, gestionado en 1327 por Jaime II; el Huerto del Getsemaní y el lugar de la Dormición, obtenidos por Pedro IV de Aragón; la casa donde vivió San Juan Bautista y la de la Natividad; además de otros lugares que no se sitúan en Palestina, tales como la Iglesia de la Sagrada Familia de El Cairo y el convento de Damasco.
Por otro lado, y para finalizar este breve artículo, es importante conocer que la importante misión desempeñada por España en Tierra Santa no fue protagonizada únicamente por Reyes o frailes, sino también por numerosos seglares donantes de limosnas, quienes lo hicieron a partir de la institución denominada “Obra Pía de los Santos Lugares”. A través de ella, miles de españoles cedieron parte de su patrimonio para mantener los edificios emblemáticos que custodiaban los franciscanos, y también para amparar a estos caritativos guardianes. Sin embargo, las garras de la masonería expoliaron los 160 millones de pesetas de los que disponía la citada entidad, iniciándose de esta manera la agonía de la influencia española en la custodia de los Santos Lugares.
El único “recuerdo” que nos queda de nuestra importante acción en Tierra Santa lo constituye el título de Rey de Jerusalén que posee el traidor de Juan Carlos I. Pero teniendo en nuestro trono a un masón, de nada nos sirve. Tendremos que esperar a tener un rey católico, si es que es la monarquía el régimen que tendrá España cuando se reconcilie con su historia, para enorgullecernos de que nuestra Corona posea los derechos sucesorios de la patria de Jesucristo.
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