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Sobre la verdadera ilegitimidad de la Ley del Aborto

Sobre la verdadera ilegitimidad de la Ley del Aborto

    Escuchando esta mañana una tertulia radiofónica en Punto Radio, han vuelto a mi mente las mismas reflexiones, ya mostradas en diversos artículos de este blog, acerca de la eterna dicotomía entre el Derecho positivo y el Derecho natural. En esta ocasión la situación que me ha dado pie a la consideración de esta realidad ha sido la discusión iniciada a raíz de la supuestamente inconstitucional reacción de las Presidencias de Navarra y Murcia ante la Ley del aborto.

    Como es sabido, ayer, día 5 de julio de 2010, entró en vigor la eufemística e hipócritamente llamada “Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo”. No me referiré al análisis semiótico que podría hacerse de la retórica con la que se ha bautizado a esta Ley siguiendo los más claros parámetros de las tesis gramscianas, por desgracia tan exitosas para la Cultura de la Muerte en su táctica de reingeniería social. Simplemente, como he dicho más arriba, me centraré en uno de los debates que han sustituido en estos días al ya olvidado, y en mi opinión poco importante, aspecto del acceso al aborto para las menores de 16 años. Si hace unos meses se discutía no la legitimidad o irracionalidad del aborto, sino la de que éste fuera accesible o no al mencionado sector social, hoy lo que planteaban los contertulios de Luis del Olmo era la actitud de los Gobiernos autonómicos de Navarra y Murcia. Afirmaban que probablemente podría ponerse en duda que las niñas violaran la patria potestas, que era inútil establecer una nueva ley sabiendo que la antigua no se cumplía, y otra serie de objeciones; pero por encima de todo ello aseguraban que era vergonzoso e inaceptable que los dos citados presidentes no acataran la Ley a pesar del no pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Según ellos, en un Estado de Derecho, como se llama, también eufemística e hipócritamente, al que existe en la actualidad; no se puede permitir que una Ley, sea justa o no, pueda desobedecerse una vez haya entrado en vigor.

    Lo que deducimos de semejante análisis de la realidad es sencillamente lo mismo que cuando se discutía la constitucionalidad del tema de las niñas de 16 años o de la necesidad de hacer una nueva ley: que para ciertos sectores de la sociedad, por desgracia mayoritarios, lo importante no es la moral sino la ley, no la supremacía del Derecho natural, sino del Derecho positivo. Estamos asistiendo al ejemplo práctico de la ruptura total con la Tradición  Cristiana y con el derecho hegeliano en favor del nefasto Positivismo Jurídico de Hans Kelsen. Antiguamente el Estado era un instrumento edificado para servir a la sociedad, haciendo factible la Verdad eterna de manera que, como dijera el Fuero Juzgo, “los buenos puedan vivir entre los malos”. Pero hoy, imperante la separación entra las esferas de la moral y del derecho, los líderes políticos no se plantean la veracidad de las leyes y que estas sirvan al Bien Común, derivado de la Ley Natural; sino simplemente que sean acordes con la normas que ellos mismos han definido. Por ello no es posible que la aspiración del Código de Alfonso X sea realizable, porque para estas personas no se trata de que el Estado defienda a los débiles, sino simplemente de que exista, sea o no para el cumplimiento de la justicia. Reduciendo la moralidad al ámbito privado, como tratan de hacer con la religión, no es posible distinguir a buenos y malos, sino simplemente a servidores de la Ley e incumplidores de la misma; y a este destino están conduciendo el debate quienes critican la actitud de los presidentes de Navarra y Murcia sin referirse antes al aborto en sí.

    Pero lo mismo podemos decir de aquellos que supuestamente están actuando en favor de la vida, esto es, de los dos líderes autonómicos. Ellos tampoco han dicho que vayan a defender a los nascituri, que se vayan a oponer al aborto porque es un crimen; sino simplemente que de momento no aplicarán la Ley hasta saber si el Tribunal Constitucional da su visto bueno. No están refiriendo su actitud a la Verdad, sino a la Constitución, porque, como ha dicho Ramón Luis Valcárcel, lo único que les preocupa es que la Ley “todavía no está en su punto y final”.  Es decir, que cuando el Dios-Estado, en el sentido de que no se reconoce más fuente de legitimidad que éste, haya dicho que es legal aplicar abortos bajo la nueva Ley, esto será totalmente aceptable.

    Tanto los contertulios de la Radio como los Presidentes criticados por ellos están sirviendo a una misma idea, a pesar de que en apariencia se opongan en sus acciones: unos critican que los otros no acaten la Ley aunque moralmente pueda haber reparos para ello; y los otros no la asumen porque todavía no se ha pronunciado la única fuente de justificación que reconocen. Esta es la hipocresía a la que hemos llegado al romper con la Tradición cristiana que hizo de la unión entre el Derecho y la Verdad, o mejor dicho, de la sumisión del primero ante el segundo; la garantía del nacimiento de normas de convivencia justas. Divorciadas ambas esferas, rota un armonía que debería ser eterna, no ha sido difícil que se rebele la primera contra la segunda, planteando una batalla que debe ser combatida. Y una vez más la fórmula para definir la que debe ser nuestra actitud ante este enemigo es la que encontramos volviendo nuestra mirada hacia los arcanos de la Tradición, magistralmente recogida por el gran poeta Lope de Vega: “Todo lo que manda el Rey, que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de Ley, ni es Rey quien así se desmanda”. Si el Estado actúa injustamente, su palabra no tiene ninguna validez, y no debe aplicarse lo que nos ofrezca. Pero ello no porque pueda o no ir contra él mismo, sino porque va contra Dios, o lo que es lo mismo, contra la Verdad, que para creyentes o no creyentes es la misma: con independencia de lo que digan los políticos o los jueces, está científicamente demostrado que un embrión abortado es un niño asesinado, y por ello la única actitud legítima es la de oponerse con firmeza y rotundidad a la Ley del aborto, en su versión actual y en la antigua.

Alzhéimer socialista.

Alzhéimer socialista.

     Cuando Zapatero impuso su particular Ley de Revanchismo Histórico hace algunos años, reveló que además de ser un gobernante inútil es un gobernante enfermo. Parecía que las continuas demostraciones de ineptitud de las que hace gala el inquilino de la Moncloa eran consecuencia de su “niñez” política, pues a todos resultaba extraño que un sujeto desconocido como aquel hubiera sido elevado a la dirección del PSOE para, posteriormente, ostentar la presidencia de España. Sería lo lógico teniendo en cuenta que el Currículum de ZP se limita a narrar su paso por el Partido que constituye el pilar izquierdo del Estado. Eso explicaría sus continuas improvisaciones a la hora de abordar las materias más diversas, tanto en aquellas destinadas a reactivar la economía, como  en las más tristemente recientes actuaciones con respecto al tema de los piratas somalíes.

    Sin embargo, la ya mencionada Ley vino a demostrarnos que Zapatero no es un jovenzuelo que acaba de conseguir su primer “trabajo” después de salir del hogar paterno, sino que, muy por el contrario, es un anciano de edad considerable. No es que se trate de un barbilampiño incapaz de aplicar una experiencia que no tiene, que también, sino que, ante todo, se trata de un señor mayor que padece alzhéimer. Si algunos años atrás Zapatero nos sorprendió contándonos su particular historia de la Guerra Civil, olvidando aspectos trascendentales como las checas, el genocidio de Paracuellos o el golpe que su propio partido dio en 1934; hace pocos días la enfermedad senil de los socialistas nos obsequiaba con un nuevo esperpento: el diputado José Antonio Pérez Tapias ha propuesto que España pida perdón por la expulsión de los moriscos de 1609.

    Según este sujeto, habría que disculparse ante Mohamed VI y compañía  por el que constituiría “uno de los más terribles exilios en toda la historia España”; esto es, el de los 300000 moriscos que abandonaron nuestra patria hace cuatrocientos años. Pero  cuando Tapias dice esto olvida, para empezar, que es precisamente el Sistema del que él forma parte, es decir, el que padece España desde 1978, el que sólo en Vascongadas ha obligado a exiliarse a un número igual de personas, y no porque constituyeran una amenaza para la sociedad, como ahora veremos que supusieron entonces lo moriscos, sino que, muy  por el contrario, se debe precisamente a su negativa a formar parte de ella.

    Cuando los socialistas hablan de la expulsión de 1609, pretenden imponernos aquella visión tan idílica como falsa que Américo Castro presentó en 1948 al hablar de la supuesta convivencia entre las ingenuamente llamadas “tres culturas”. Desde el momento en el que este historiador publicó su famoso libro “España en su historia”, los políticos izquierdistas, hoy representados por el PSOE principalmente, encontraron  una preciosa cantera de la que extraer  los argumentos necesarios para construir, sobre las ruinas de una de cada vez más inexistente intelectualidad conservadora, un bastión protector de su visión de España. Si estos sujetos querían, al igual que hoy,  exterminar la tradición católica bajo pretexto de su supuesto fanatismo, la idea de que moros y judíos convivieron con cristianos hasta que éstos se impusieron con instrumentos represores como la Inquisición, resultaba justificadora de sus actuaciones políticas.

    Sin embargo, ZP y sus amigos parecen no recordar que la idea de Castro fue refutada por otro gran historiador, Claudio Sánchez Albornoz, tan sólo unos años después de ser propuesta. Seguramente que si se lo recordáramos al presidente de España, nos diría que este intelectual era un “fascista” o un “racista” por atreverse a  negar el dogma progresista en virtud del cual los moros habrían sido democráticamente tolerantes con los cristianos. Sin embargo, esta posible reacción sería nuevamente consecuencia del alzhéimer, porque ZP olvidaría que quien demostró la falsedad de las ideas pseuohistóricas en las que él todavía cree no sólo no era “fascista”, como él diría, sino que además se trata del que fuera el penúltimo presidente de la República española en el exilio. Es decir, los hechos objetivos que vamos a resumir a continuación no son fruto de una historiografía politizada, sino de la incuestionable verdad histórica.

    Como es sabido, el 23 de octubre de 1609 Felipe III emite un decreto en virtud del cual  todos los moriscos que habitan en sus dominios deben embarcar hacia Berbería (el norte de África) en un plazo de tres días; respondiendo esta medida a una causa cuyos orígenes últimos se encuentran en el proceso de unificación política y social que los Reyes Católicos vinieron promoviendo desde la unificación de sus reinos en 1492; aunque ciertamente existan otros motivos más inmediatos relacionados con el contexto de la llamada “Pax  Hispánica”.

     Es decir, desde que en 1598 Felipe III fuera elevado al trono español, la política intervencionista y belicista que mantuvieron sus predecesores llegó a sus últimas consecuencias con la estrepitosa derrota sufrida en Kinsale ante Inglaterra (1602) y la incapacidad de mantener por más tiempo la guerra de Flandes. Además, a esta situación se añadió una nueva bancarrota, por lo que la Monarquía Hispánica no tuvo más remedio que aceptar una tregua en su lucha por la  hegemonía europea que, en consecuencia, más que voluntaria fue impuesta por las circunstancias. Concretamente, junto al Tratado de Somerset-House con Inglaterra (1604) se firmó otro que se relaciona con el episodio que estamos relatando, esto es, la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1609)

    Dicho acuerdo resultaba en cierto modo humillante para la Monarquía Hispánica, pues suponía, primero, reconocer su incapacidad para mantener la guerra con los rebeldes flamencos, y, segundo, porque implicaba reconocer a aquellos como sujetos con capacidad para negociar en igualdad de condiciones que el rey de España. Así, el gran hispanista John Elliott señala que el duque de Lerma habría hecho coincidir con este Tratado la iniciativa de expulsión de los moriscos por una causa propagandística: la de “tapar” una acción humillante con otra más prestigiosa, la definitiva unificación social de España. Por tanto, la deportación de 1609 tendría como causa inmediata unos motivos similares a los que todavía utilizan nuestros gobernantes, podemos verlo continuamente en  Zapatero, cuando no quieren que una medida política afecte a lo que hoy llamamos “popularidad”.

    Sin embargo, junto a esta situación existe, como hemos dicho, un motivo mucho más lejano y determinante, sin el cual no podría haber sido posible realizar la expulsión aunque aceptáramos como única explicación válida la dada por Elliott. En efecto, la Edad Moderna es aquella en la que se da el conocido como proceso de génesis del Estado nacional, esto es, la reunificación de las fragmentadas naciones europeas. Dentro de esta acción era imprescindible lograr algo que hoy puede parecernos, aunque no lo sea, irrelevante debido al laicismo postmodernista; pero que entonces resultaba fundamental: la homogeneización religiosa. Sin que se diera la unidad de creencias, era imposible la unidad social, y esto no porque, como dicen hoy los socialistas, existiera una sociedad intolerante; sino porque el Derecho se basaba en la religión. Es decir, en la Edad Moderna, como en la Medieval, un español, como un francés o un alemán, no tenía un estatus jurídico en base a su lugar de residencia, como hoy, sino en virtud de su religión. Por ello, judíos y musulmanes tenían fueros propios, los cuales ante la disparidad jurídica medieval eran comprensibles, pero que en un momento en el que se buscaba la unidad del estado sólo constituían un impedimento para el progreso. Y esto no era sólo una imposición de lo que los marxistas llaman la “élite” sobre el “pueblo”, pues los mismos campesinos y trabajadores urbanos se sabían miembros de la comunidad religiosa antes que de cualquier otra, tanto en los cristianos como en los moros y judíos, quienes si vivían en barrios propios y practicaban la endogamia lo hacían no sólo por imperativo legal, sin también por voluntad propia. El hecho supuesto por la incapacidad de integrar a personas con una religión, y por ende cultura y cosmovisión de la vida, distintas, lo demuestran los conflictos generados con la población musulmana desde 1492.

    En efecto, ya en 1499 se alzaron los moriscos en Granada, después de que las mediadas conciliadoras del primer arzobispo de este lugar, fray Hernando de Talavera, dieran paso, por su inutilidad integradora, a las más intransigentes de su sucesor Cisneros. Por entonces, la cuestión no radicaba únicamente en el deseo de unir a la población, sino también en defenderla del peligro turco que, desde la toma de Constantinopla en 1453 y el sitio de Viena de 1529, amenazaba a la Cristiandad. Los moriscos, como aliados que eran de los otomanos, no sólo continuaron reafirmándose en su identidad nacional opuesta a la cristiana y española, sino que, como consecuencia de ello, colaboraron abiertamente con los piratas turcos. Concretamente, en 1565 se descubrió un complot según el cual los moros andaluces apoyarían al Sultán si este resultaba exitoso en la toma de Malta.

    Por ello, las leyes que desde 1508 proscribían la cultura morisca, que no se practicaban, se impusieron para alejar el peligro; y esto provocó en 1567 el alzamiento de las Alpujarras. En este lugar eran continuos los asaltos a la población cristiana; del mismo modo que en el Levante era notorio el apoyo prestado a los piratas berberiscos. Pero además, por si no fuera éste motivo suficiente para justificar la expulsión, Menéndez Pelayo señala que al mismo tiempo se estaban realizando acuerdos con los hugonotes franceses del Bearne y se ofrecían 500000 combatientes al Turco si éste se comprometía a invadir España. Mientras tanto, la autoridad hispánica era tolerante, y el patriarca Juan de Ribera se esforzaba por convertir a los moros mediante misiones y escuelas; pero esto resultaba inútil y él mismo solicitó a Felipe III la irremediable expulsión.

    Sin embargo, Felipe III no actuó inmediatamente ni en base a una decisión arbitraria, pues desde 1607 convocó diversas juntas de teólogos para que discutieran la cuestión hasta que el conde de Miranda y fray Jerónimo Xavierre declararon la necesidad de llevar a cabo la medida; y esto lo hicieron ya en 1607, lo cual refuerza la teoría según la cual la expulsión no era una mera cuestión propagandística.

    Por lo tanto, la expulsión de los moriscos fue una necesidad impuesta por la incapacidad de que dos culturas antagónicas, como la cristiana y la musulmana, convivieran en un mismo proyecto nacional. En vano se había intentado tolerar a quienes actuaban como quinta columna del imperio turco, pues era ésta una tarea inútil; y por ello podemos decir, con Menéndez Pelayo, que “juzgaremos la gran medida de la expulsión con el mismo entusiasmo con que la celebraron Lope de Vega, Cervantes y toda la España del siglo XVII: como triunfo de la unidad de raza, de la unidad de religión, de lengua y de costumbres. Los daños materiales, el tiempo los cura (…); pero lo que no se cura, lo que no tiene remedio en lo humano, es el odio de razas”.

    Zapatero y los socialistas han olvidado, o quieren olvidar, los peligros de que una religión cuyo fundador predicaba la cosificación de la mujer, el proselitismo con la espada o la pederastia; conviva con aquella otra que unió fe y razón y elevó a los oprimidos a la categoría de personas. Y lo hace por odio a esta religión, la católica, intentando comparar a las mezquitas con iglesias al modo que pretende la Ley de libertad religiosa que está preparando. Pero quienes no tenemos alzhéimer, quienes somos, metafóricamente o no, todavía jóvenes y con una memoria sana y fresca; recordamos que la medida de Felipe III trajo paz a España; y sabemos que la política pro-islámica de los partidarios de la Alianza de Civilizaciones sólo logrará destruirnos como nación. Por ello nos opondremos con todas nuestras fuerzas a medidas simbólicas, como la que quiere Pérez Tapias, o fácticas, como las que sin duda vendrán en el futuro; teniendo siempre presente que la Verdad está de parte de quienes recuerdan el pasado y son, en consecuencia, fieles a la Tradición.

 

 

 

Defensa ante los sucesos del monte Gorbea.

Defensa ante los sucesos del monte Gorbea.

    En uno de mis últimos artículos denunciaba la falacia que a mi juicio implicaba la confianza que algunos habían depositado  en Patxi López;  el nuevo presidente de las Vascongadas. Aunque se había presentado al citado político como una esperanza que implicaría el retorno del patriotismo a la norteña región; pocos meses después del cambio de gobierno los hechos demuestran que la situación de Vasconia es, como nos temíamos, la misma de siempre. Hoy, como ayer, la defensa de España es anatematizada por los idólatras del inexistente país de “Euskadi”; sin que ello implique la más mínima reacción por parte de los integrantes del pacto PSE-PP.

     Esta vez lo que ha despertado el odio separatista ha sido la “provocación” de un grupo de militares que tuvieron la osadía de enarbolar y alzar la bandera rojigualda en la cima del monte Gorbea; un acto que la incultura de la que siempre hacen gala los nietos de Sabino Arana atribuye al supuesto imperialismo español. Esto es, la tesis de la “nación” sometida por el Estado central vuelve a demostrarnos, como siempre, la valentía de la mentira; pues es muy fácil atribuir la decadencia de una región a factores en teoría exógenos; pero no así el demostrarlo históricamente. Tal y como sabe todo el mundo, si exceptuamos a las victimas de las ikastolas o, en su defecto, de la LOGSE; las provincias vascas no fueron conquistadas en ningún momento de su historia por España; sino que, por el contrario, fue precisamente Sancho el Mayor quien unificó bajo su cetro las distintas entidades que durante el siglo X componían los restos de la antigua Hispania. Es decir, un monarca de etnia vasca logra autoproclamarse “Rex Hispaniae” y a su muerte eleva a la categoría de reino a Castilla, la entidad política que protagonizaría más tarde la reunificación de todas las Españas. Nada que ver con la ancestral lucha independentista que tanto reivindican los abertzales y peneuvistas.

    Sin embargo, la actitud del PNV ante un acto como el protagonizado por los militares que acudieron al Gorbea no es lo extraño; pues su reacción es coherente con una mentalidad que, por muy equivocada que sea, es la que conocemos. Nada distinto podría esperarse de los independentistas. Sin embargo, sí que es asombrosa la contestación que la ministra de Defensa, Carmen Chacón, ha dado a este episodio. Si es cierta la información vertida por periódicos como “EL Mundo”, “Libertad Digital” o “Diario Ya”; la mujer encargada de gestionar las Fuerzas Armadas nacionales no sólo no habría defendido a quienes cumplían con su deber; sino que además les habría impuesto una importante sanción económica y salarial.

    Tal vez esto pueda explicarse teniendo en cuenta que Chacón proviene del PSC, una de las versiones del socialismo “español” donde más influyente es el nacionalismo; y una de las organizaciones políticas que menos reparo tiene en aliarse con los separatistas más radicales y asumir sus tesis anti-españolas. Si la guardería política de la ministra de Defensa abre embajadas por todo el mundo, pretende dialogar “bilateralmente” con el despectivamente denominado “Estado central”, excluye el idioma de Cervantes de la educación pública y, lo que tiene más relación con el tema que nos ocupa, sustituye siempre que puede la Bandera nacional por la Senyera; entonces entendemos la solidaridad que ha tenido esta mujer con el PNV.

    Hace algún tiempo, Bibiana Aído confesaba anhelar la llegada del día en el que se juzgaría a las personas por sus méritos y no por su aspecto; pero difícilmente podrá alguna vez darse este necesario cambio social teniendo en cuenta que Zapatero, la misma persona a la que debe su puesto, prefiere ceder ministerios a políticos con un “aspecto” antiderechista y progre que a personas cultas y preparadas. Si el único criterio elegido para elevar desde el ministerio de Vivienda a Carmen Chacón fue el de su condición de mujer embarazada y de izquierdas; es normal que al Presidente no le preocupe la sensibilidad separatista (que no catalanista) de la actual ministra de Defensa. Y por ello es lógico que permanezca impasible ante la  más que probable relación existente entre el descenso salarial experimentado por los militares  a los que se refiere este artículo y la condena efectuada por el PNV después de su estancia en el monte Gorbea.

 

Las últimas declaraciones de Aznar.

Las últimas declaraciones de Aznar.

 

    Sorprendente podría resultarnos la última intervención pública del ex-presidente de España, José María Aznar, el pasado 3 de Junio; día en el que participó en un ciclo de conferencias celebrado en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid. Sorprendente por dos cosas: primero, por la hipocresía que implica el hecho de que el personaje que legalizó la píldora abortiva, que abrió las puertas a los “matrimonios homosexueales”, que eliminó de su partido la referencia al humanismo cristiano, y que, entre otras muchas cosas que podrían llenar esta breve lista, participó en la invasión de Irak; se atreva a pisar una Universidad católica. Pero además, y lo que es todavía más farisaico, porque el individuo que tiene el dudoso honor de llevar en su currículum político la iniciativa en la creación de las leyes que amparan lo expuesto anteriormente, no tuvo ningún tipo de reparo en afirmar que  "pretender avanzar en el camino que lleva a destruir el derecho a la vida y pervertirlo en un falso derecho a acabar con la vida es, simple y llanamente, retroceder en el camino de la civilización"; cuando ha sido precisamente él uno de los políticos que más han contribuido a ello.

    Sin embargo, la eterna hipocresía del PP dejó de sorprender hace mucho; pues no es, ni mucho menos, la primera vez que un integrante de este partido político intenta, y casi siempre logra, presentarse como un paladín de la Cultura de la Vida. También ha ocurrido lo mismo con Mayor Oreja, a quien Rajoy ha enviado a Bruselas no para deshacerse de él en el "cementerio de elefantes" que es el Parlamento Europeo, tal y como indican quienes creen que el jefe del PP pretende deshacerse de políticos católicos que frenen el ya consolidado "giro a la siniestra" del centro-derecha español; sino por una cuestión bien distinta. Una cuestión que, a mi entender, radica en la misma hipocresía en el seno de la cual se enmarcan, y así comprenden, las declaraciones de Aznar a las que hacía referencia al comenzar este artículo: la desesperada búsqueda del voto católico por parte de unos políticos laicistas y ateos. Porque sólo así se explica que el número uno de las listas populares se autodenomine, con Aznar y tantos otros, defensor de la vida y de las raíces cristianas de Europa; pero que al mismo tiempo pertenezca a un partido que pidió el Sí para una Constitución condenada por la Iglesia y que considere el debate del aborto una simple táctica para encubrir la crisis económica. Lo que hacen Mayor Oreja y Aznar es esconder sus cuerpos de lobos en sendas capas de pieles de oveja; ocultando una ideología áspera y sucia bajo la atractiva e inmaculada lana del Evangelio. Como dijera San Ignacio de Antioquia “algunos acostumbran a divulgar sobre Jesucristo con perverso engaño, y además hacen cosas indignas de Dios. A estos es necesario que los evitéis igual que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición”.

    Los lobos con piel de cordero siguen existiendo, y afilan sus colmillos para estar preparados el 7 de Junio, cuando millares de personas engañadas les eleven al Parlamento de la Unión y así les permitan continuar fagocitando lo poco que queda en Europa de su ethos cristiano. Y cuando, como a Aznar el pasado día 3, se les eche en cara su hipocresía, continuarán escudándose en  la supuesta incapacidad que tienen para cambiar una "ley consensuada y aceptada por la sociedad"; lo cual sirve a muchos católicos que les votan para justificar su actuación, pero que a otros muchos nos demuestra la verdadera concepción política de los populares: la que prima la Ley Positiva sobre la Ley Natural, contradiciendo sin remordimientos la Doctrina Social de la Iglesia del mismo modo que hicieron cuando redujeron el debate sobre las uniones homosexuales a una simple discusión que giraba en torno a su regulación positiva, esto es, si llamarlas "matrimonio" o "pareja de hecho"; pero sin plantearse nunca su compatibilidad con la Moral Objetiva.

    Así son los liberales, defensores, en palabras de Pío Baroja, de la “dictadura del número”, del imperio de la voluntad de la masa sobre la razón y la verdad. Para los populares  no existen principios eternos e inviolables, pues únicamente se reconoce el “consenso” como única Ley de la nación; aunque ésta sea injusta y no la acepten muchos de sus votantes. Pero una cosa es la ideología y otra muy distinta es el votante, y como el electorado católico es todavía importante, por mucho que les pese a los “progres”, es necesario disfrazarse unas semanas para captar su voto. Cuando el cómodo sillón de Bruselas esté asegurado, podrán volver a mostrarse tal y como son: partidarios, según Daniel Hannan, de las mismas premisas que los socialistas en un 97% de los casos; aunque eso en España no nos lo cuenten los medios de comunicación oficiales.

 

Nuevo Gobierno de las Vascongadas: más de lo mismo.

Nuevo Gobierno de las Vascongadas: más de lo mismo.

     La noticia estrella de las últimas semanas es, sin ninguna duda, el acceso de Patxi López a la presidencia del Parlamento Vasco. Si hemos de creer a  la mayoría de los medios de comunicación, el 4 de Abril de 2009 ha sido un día histórico para España, pues la investidura de un no nacionalista en el cargo de Lehendakai habría inaugurado una nueva era para el devenir político de las Vascongadas. Según informan los grandes medios de comunicación, el “agu” de Ibarretxe implica, como él mismo indicó hace una semana, el inicio del primer gobierno españolista de la democracia vasca. Por ello, el separatismo, y en consecuencia también el terrorismo que de él ha nacido y con él se alimenta; habría iniciado el esperado camino hacia su marginación de la vida política. De este modo, la persecución que se ha cobrado en tan sólo treinta años la estrepitosa cifra de 300000 exiliados, habría llegado a su fin y se inauguraría una etapa en la que sería posible defender públicamente la unidad de España sin correr peligro. Los niños podrían aprender español en la escuela sin ningún problema, la Enseña nacional ondearía en los edificios públicos y la Kale Borroka desaparecería. O por lo menos esto indican quienes identifican el pacto PSE-PP con la palabra “esperanza”.

     Sin embargo, aunque tengamos que contradecir al refranero español, de esperanza no siempre se vive; pues el nuevo gobierno vasco amenaza con ser más de lo mismo. Puede que sea cierto que la población de Vasconia haya manifestado su rechazo al separatismo elevando al poder al PSE, pero no así Patxi López. Según ha indicado él mismo cuando Ibarretxe le ha tachado de “españolista”, el nuevo presidente del País Vasco no es para nada el patriota que muchos esperaban. Lo ha dejado bien claro al afirmar que “no somos el frente españolista”, sino que “somos vascos pero tenemos una idea diferente de Euskadi”. Es decir, que el nuevo Lehendakai cree en el país imaginario que inventó Sabino Arana.

     Porque eso es en definitiva lo que algunos llaman “Euskadi”: el invento de uno de los personajes más incultos de la historia de España; el capricho de un personaje que creía en una raza que provenía, nada más y nada menos, que del hombre de Neandertal; una entidad, en definitiva, sin razón de ser y sin base histórica alguna. Nada, absolutamente nada, tiene que ver el país imaginario de los separatistas con la realidad histórica del pueblo vasco. Las Vascongadas siempre fueron un baluarte de la españolidad; y por ello, entre otros muchos episodios de nuestra gloriosa historia, fue un rey de estirpe vasca, Sancho III, quien se proclamó “Imperator totius Hispaniae”, y fueron Legazpi, Urdaneta, Blas de Lezo y otros marinos de la misma procedencia quienes hicieron de nuestra marina una de las mejores del mundo. Por algo se decía hasta hace poco que casi todos los habitantes de Vasconia eran hidalgos, porque siempre fueron considerados el paradigma de la españolidad. Ellos encarnaban el ideal del hombre hispano: el caballero honrado y virtuoso, dispuesto siempre a empuñar su espada para defender la verdad y la justicia.

      Por el contrario, frente al personaje que se hallaba siempre presto a desenvainar la “vizcaina” con el único fin de defender su honor y el de su tierra; nos encontramos ahora con los cobardes que sólo pegan tiros por la espalda. Pues eso son los etarras y los batasunos: felones que ha creado el nacionalismo, una ideología basada en el racismo de Arana y, consecuentemente, en el odio. Una ideología que es la misma que ha creado a “Euskadi”, la “nación” en la que cree Patxi López.  

    Una persona que asume como propia la palabra con la que el PNV bautizó al País Vasco, asume también el contenido separatista que lleva implícito en ella. Por eso Patxi López pertenece a un partido que no es, como el de Zapatero, “Obrero y Español”, sino simplemente “de Euskadi”; por eso, Patxi López se presenta siempre a la sombra de la ikurriña del PNV, pero nunca a la luz de la bandera española; y por eso, con Patxi López no cambiará nada la situación de la taifa vasca por mucho que los medios de comunicación hablen de “jornadas históricas” y “puertas a la esperanza”.

 

Nuevo Ministro.

Nuevo Ministro.

 Cuando, hace tan sólo unas semanas, ZP lograra hacerse una foto con Obama, su nuevo ídolo, y lograr cumplir con este sencillo acto el que había sido hasta entonces su gran sueño; la inmensa felicidad que, tanto para el Presidente español como para los ingenuos personajes que a ambos líderes comparan, supuso ese acto, se esfumó con la misma rapidez que duró la citada reunión. En efecto, para desgracia de Gabilondo, María Antonia, El País, la SER, y de todas aquellas personas o medios de información que, con toda seguridad, se hallaban en aquel momento prestos a empuñar sus armas mediáticas para presentar a Zapatero como un invicto líder mundial digno de estar en el G-20; la luz que del flash de aquella foto emanó se oscureció en un santiamén; pues la sombra de la incompetencia del Ejecutivo español la alcanzó de lleno.

  Al mismo tiempo que el “amigo” de ZP (por fin tiene uno, y ya no tendrá que mostrarnos las humillantes reuniones en las que siempre aparece marginado en un rincón) le daba la mano y arrancaba de su boca una sonrisa que competía en curvatura con sus cejas; se desvelaba que iba a producirse un repentino cambio en el Gobierno. Un cambio que todos aguardábamos, pero del que nadie, ni el más fantasioso, podría esperar a quién se encomendaría la dirección del Ministerio de Fomento: a Pepiño Blanco.

  Era lógico que fuera éste uno de los ministerios remodelados, pues el ridículo de Maleni resultaba humillante incluso para los votantes de ZP; pero es totalmente irracional que, incluso alguien con el “talante” de nuestro presidente, haya elegido para este puesto a un personaje que no ha llegado a Segundo de Derecho. No es concebible que una persona que sostenga sobre sus hombros, por muy débiles que éstos sean, el peso de toda una nación, se haya atrevido a regalar el Ministerio que más dinero maneja a un incompetente de tales dimensiones. Por lo menos en Educación ha puesto al Rector de una universidad, dando así una imagen tecnocrática; pero es incomprensible el poco valor que da Zapatero al Ministerio de Fomento, cuando éste es, como ya he dicho, ni más ni menos que el que más dinero maneja de todos.

  Cualquier persona sabe, tal vez incluso Pepiño, la importancia que tiene la gestión de la red de infraestructuras estatales para un gobierno; pues ésta no sólo contribuye a crear puestos de trabajo, sino que además ofrece una imagen de fortaleza que se adopta se tenga o no. Cuando la población ve que se construyen aeropuertos, autovías o redes de tren; la concepción que tiene es la de un Estado moderno que camina con eficacia hacia la modernidad; de ahí que un profesor mío dijera que, cuando hablamos del “pan y del circo”  siempre olvidamos mencionar las infraestructuras.

  Sin embargo, la perspicacia política de ZP no parece llegar a ver esto, pues, aunque la valoración que de él hacen los españoles va de mal en peor, no se ha preocupado de ceder el Ministerio de Fomento a alguien que sea capaz de utilizarlo para truncar esta situación. Ha decidido que su misión continúe siendo la de hacernos reír; algo  muy gracioso, que con Maleni ha logrado esbozar en nuestras caras unas sonrisas enormes como las de Zapatero; pero que no es para nada la misión que debería tener este Ministerio. En lugar de ser un Ministerio del Circo, tendría que cumplir su importante función, y eso al Presidente debería importarle aunque sólo fuera para dar buena imagen: a pesar de la ausencia de pan, junto al circo dispondría de las infraestructuras para ello; y como la masa española sólo se guía, como todas, por lo que recibe y se le vende, así podría perpetuarse más en el poder; y no ver cómo las encuestas dan una ventaja de cuatro puntos al PP en las elecciones europeas. Pero ni siquiera a eso llegan ZP y Pepiño.

Los Rojos y Bolonia.

Los Rojos y Bolonia.

  ¡Qué cansinos son los rojos con el maldito Plan Bolonia! Desde que se pusiera de moda identificar el rechazo a este Tratado con el izquierdismo radical, los porreros de todas las facultades de España han encontrado un nuevo sentido para su aburrida vida “universitaria” (entre sendas comillas). Después de llegar por la mañana a sus respectivos centros de enseñanza y desayunar unos cuantos canutos de marihuana y dos cervezas; patética situación de cuya veracidad puedo dar fe porque la he visto; ya no tienen por qué quedarse jugando al mus por los pasillos que les separan de sus clases. Ahora esta monótona vida ha encontrado un nuevo sentido que les permitirá liberarse durante un tiempo del peligro de caer en el aburguesamiento que, en teoría, critican que existe en la sociedad “Kapitalista” contra la que dicen luchar. Sociedad (o “Soziedad”, como la llama uno de sus grupos favoritos) de la que, en realidad, son ellos el más claro y patético paradigma.

  Digo, y aseguro, que son ejemplo del liberal-capitalismo porque carecen de un ideal verdadero, pues sólo se guían por la moda pasajera que los jerifaltes de instituciones como el autodenominado “Sindicato de Estudiantes” les imponen para justificar su propia existencia. Es decir, igual que los sindicatos chaperos, UGT y CCOO, tienen que montar cuatro inútiles concentraciones al año para que sus afiliados crean que están haciendo algo por ellos y, en consecuencia, poder seguir recibiendo los millones y millones de euros que todos los años les regala el Gobierno; también los cachorros del sindicalismo amarillista tienen que hacer algo para que parezca que están vivos y, de esta manera, ir entrenándose para el momento en el que dejen de ser crías y se transformen en bestias adultas a las que se pueda llenar el estómago con el dinero que debería destinarse, por ejemplo, a políticas sociales.

  Si hace uno años el slogan era “Nunca máis” o “No a la guerra”, ahora la consigna es “No a Bolonia”. Con este nuevo grito de guerra, la extrema izquierda ha conseguido enrolar en sus filas a una masa de mercenarios que combatirá a sus órdenes y le permitirá existir durante un poco más de tiempo. Al igual que en toda guerra provocada por el comunismo, se les presenta como héroes que luchan contra la clase opresora, aunque no son más que títeres de un grupo que les manipula.

  Son simples marionetas de un izquierdismo renovado, donde las masas ya no son obreros incultos y analfabetos que, al no haber tenido la oportunidad de estudiar y tener un mínimo de conocimientos; creyeron en el siglo pasado las promesas de felicidad eterna que les ofrecieron Lenin, Castro y compañía. Ahora que la terciarización de la economía ha eliminado a los proletarios, las nuevas hordas del marxismo están compuestas por otro sector social que, aún teniendo la posibilidad que no tuvieron los anteriores soldados de la izquierda, son igualmente incultos y analfabetos. La LOGSE se ha ocupado bien de ello. Ha sido tan fructífera la búsqueda de una juventud aborregada, que los promotores de la misma han conseguido que los hijos de la ley de educación socialista no distingan la “C” de la “K”; y que, en lugar de estudiar y trabajar para sustituir esta “subnormalcracia” que padecemos, por una meritocracia de élites capaces de dirigir a la Nación; se dediquen a pegar carteles todo el día por las paredes de las universidades.

  Los bisoños, sin embargo, se parecen en algo a los veteranos, pues cuando cantan “A las barricadas” no se limitan a pegar gritos, sino que también se ponen manos a la obra. Sólo que para ellos las barricadas ya están construidas: son los edificios de los Campus; y lo único que tienen que hacer es “okuparlas”. Se llevan su saco de dormir, marihuana para el desayuno, y sprays para decorar toda la facultad. Cuando les da por convocar una huelga, se dedica a sacar mesas y sillas de las aulas para obstaculizar el paso a quienes no la secundan, llenan de papel higiénico y periódicos todo el suelo, y luego se van de “manifa”. Y es en este momento cuando algunos de ellos, como ocurrió hace poco en Barcelona, se dedican a destrozar el mobiliario urbano y a provocar a la policía, que les da su merecido. Pero sólo que los mossos no son, por desgracia, ni de lejos como los “grises”; y por eso sus porras no logran quitarles las ganas de volver.

  Así es una gran parte de la juventud universitaria, y con este artículo no pretendo criticar su rechazo hacia el Plan Bolonia, pues yo también estoy en contra de él. Lo que reprocho es la hipocresía de quienes aprovechan que está de moda este tema para hacerse notar, como si fueran los estudiosos que saldrán perjudicados por él cuando en realidad no son más que una panda de personajes aburridos que se enganchan a cualquier cosa que pueda permitirles permanecer fuera de clase haciendo algo diferente a jugar al mus.

 

 

 

 

 

Sobre el "bebé-medicamento".

Sobre el "bebé-medicamento".

 

  Hace unos días salió en la televisión una entrevista realizada al padre de Javier Mariscal Puertas, persona que ha sido bautizada con el calificativo de primer “bebé medicamento” nacido en España. Su historia es sobradamente conocida por todos, pues los medios de comunicación progres se han ocupado de extender la noticia y hacer llegar a los oídos de todos los españoles la  positiva valoración que han hecho de la misma. Valoración que, por un lado, ha supuesto una nueva demostración del desprecio que los anti-vida profesan por la Ley natural; y, por otro, una oportunidad para que los enemigos de la Iglesia hayan expresado su conocido rechazo hacia esta  sagrada Institución. Y este rechazo, al igual que siempre, ha sido empleado para criticar la existencia entre los pro-vida de una supuesta incultura e inmovilidad en el pasado que son, en realidad, dos características que no poseemos quienes criticamos este acontecimiento, sino que son dos características que encarnan íntegramente quienes nos las atribuyen a nosotros.

  Ya el calificativo que se ha dado, no se por parte de qué persona o entidad, a este niño es un concepto totalmente indigno y despreciable: “bebé-medicamento”, es decir, “persona-cosa”; una palabra que une en un solo significado dos realidades tan antagónicas como son estas dos. Un ser humano es un fin en sí mismo, no un objeto, una “medicina” en este caso, o un medio para ser aprovechado por otro hombre. Una cosa es que, como consecuencia lógica e intrínseca del amor que constituye el origen y destino del hombre, una persona se ponga al servicio de otra de forma voluntaria; y otra, que no tiene nada que ver con la anterior, es que a esta persona se le imponga  como sentido de su existencia el ser un objeto creado para satisfacer a otra.

  No obstante, aunque podría no ser así, la verdad es que aunque se haya atribuido a Javier Mariscal un nombre que le califica como “cosa”, nadie duda de su total humanidad; ya que lo que se ha empleado para actuar como “medicamento” no ha sido su persona, sino solamente el cordón umbilical. Esto no es un problema: la moral católica, basándose en la Ley natural, acepta que las células madre extraídas de los embriones sean empleadas con un fin curativo, pues ello no implica dañar a ningún ser humano y es, al contrario, una manifestación de los grandes logros que puede hacer el hombre cuando utiliza la razón que Dios le ha dado para hacer el bien. No está pues ahí el problema, como han pretendido algunos, sino en la acción que ha precedido a ésta extracción de células en el proceso de fabricación de la “medicina” confeccionada para el hermano de Javier.

  Es decir, tal y como acabo de escribir, se ha “fabricado” a la “medicina”, a Javier, de una forma literal; pues lo que han hecho los médicos ha sido clonar a un embrión y después seleccionar, de entre todos los resultantes, a uno de ellos, desechando al resto. Por tanto se ha producido una doble violación de la Ley Natural: por un lado, se ha creado a seres humanos, reproduciéndoles en serie como si fueran objetos; y, por otro, se ha desechado, eufemismo de asesinado, a todos aquellos que no han sido considerado aptos para lograr el fin de este despreciable aquelarre eugenésico. Los médicos, olvidando el juramento hipocrático, han cometido un verdadero asesinato que el Sistema dejará impune.

  Pero una de las cosas que más me han llamado la atención de este tema ha sido la respuesta que el padre de Javier ha dado a los medios de comunicación cuando, en la entrevista que citaba al iniciar este artículo, le preguntaban si había tenido algún tipo de remordimiento o cuestionamiento moral por lo que había hecho. Su respuesta, no de una forma literal pero sí en contenido, fue la siguiente: “No, he hecho todo lo posible para salvar a mi hijo y lo he logrado; y a quien no le guste, me da igual, es su problema si tiene unos planteamientos propios del siglo XIX”. Sin ánimo de juzgar a la persona que ha dicho esto, pues eso es competencia exclusiva de Dios, considero necesario sin embargo estudiar esta frase por dos interesantes cuestiones: primero, porque el erróneo significado de su contenido es el que se ha empleado para justificar la clonación humana; y, segundo, porque es un claro ejemplo de que, como he dicho en el primer párrafo de este escrito, los “progres” acostumbrar a demostrar su ausencia de conocimientos cuando quieren presentar a los demás como los poco informados.

  Cuando escribo que esta frase se refiere a la justificación que se ha dado al caso del “bebé-medicamento”, me refiero a que se ha intentado demostrar la supuesta bondad del mismo porque, como ha dicho el padre, es el resultado de la desesperación de una familia que, impotente ante la enfermedad de un hijo, a luchado para cambiar el triste destino con el que éste había nacido. Si el objetivo era salvar al niño, ¿qué importa cómo se haya hecho esto? Lo importante es que el fin se ha logrado y todos han resultado felices. Así nos lo plantea el Sistema, y así puede parecernos a primera vista. Pero una reflexión del caso nos lleva a rechazar esta argumentación maquiavélica por el simple hecho de la falacia que supone el contenido filosófico de la misma: el fin no justifica los medios. No se puede salvar una vida asesinando a otras. Por ello, no importa que la intención fuera buena, porque los medios eran ilícitos y porque el resultado ha sido un crimen abominable.

  Se nos podrá responder que no había otra salida, y que tal vez nosotros podríamos haber actuado así de estar en la situación de los padres. Y nosotros replicaremos diciendo que sí, que es en parte comprensible; pero que, aún así, no es moralmente aceptable. También puede, en cierto modo, entenderse que un padre mate a dos niños pequeños para quitarles la comida que necesita su hijo y que nadie más puede ofrecerle; o que, no teniendo dinero con el que vestirle, robe sus prendas a otro chico para dárselas al suyo. Pero en ambos casos ocurre lo que el refranero español denomina “hacer pagar a justos por pecadores”. No podemos dejarnos llevar, como dice el filósofo Antonio Medrano, “por la democracia de las pasiones y la anarquía de los humores”, debemos actuar de modo que el único gobierno de nuestro cuerpo sea la “monarquía de la razón”: dejarse llevar por un sentimiento es a veces irracional, como ha ocurrido en esta ocasión, pues la actuación desligada del conocimiento suele desembocar en el mal.

  Y, finalmente, esto se relaciona con la segunda parte de la respuesta del padre, que dice que quienes cuestionamos su decisión somos irracionales, retrógrados y estamos anclados en el siglo pasado. Es una afirmación muy típica de los anti-vida, que siempre escuchamos pronunciar a las feministas, pro-abortistas, partidarios de la eutanasia y demás gente por el estilo; pero es todavía más incorrecta y fácilmente refutable que la anterior. Es decir, actualmente la investigación científica está muy desarrollada, tanto que podemos demostrar que, desde el mismo momento en el que se unen un óvulo y un espermatozoide, existe una nueva vida, única e irrepetible, que sólo necesita no ser interrumpida durante su desarrollo para constituir un cuerpo humano adulto. Negar esto es ser un auténtico retrógrado. Contradecir a los científicos diciendo que el embrión es un apéndice de la madre, es un insulto a la ciencia. Eso sí que es estar en el siglo XIX, y no lo demás.