Orgullosos de nuestra historia.
Resulta realmente patético escuchar a la mayoría de los hispanoamericanos hablar acerca de España. Según afirman la mayoría de nuestros hermanos de ultramar, la conquista protagonizada por nuestros antepasados no fue sino un crimen perpetrado por hombres sedientos de riqueza y de poder, que no dudaron en masacrar a etnias enteras con el único objetivo de encontrar oro. De este modo, supuestamente, se destruyó una época en la que reinaban la paz y la armonía entre los indígenas, surgiendo un sistema colonial que explotó y maltrató a los americanos.
Sin embargo, la realidad es muy distinta de esta versión inventada por los masones y los ingleses, ya que ese “paraíso socialista” que Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y compañía pretenden crear, fue tan inexistente en el pasado como lo es en la actualidad.
Aunque los seguidores del irracional “indigenismo” afirmen lo contrario, la verdad es que cuando España llegó a América, éste era un continente en el que unos pocos pueblos, como el azteca o el inca, habían sometido a muchos otros. De este modo existía un régimen de terror cuyas consecuencias describe Bernán Díaz del Castillo en “Historia Verdadera de la conquista de Nueva España” , cuando los miembros de un pueblo liberado por Hernán Cortés afirman que los aztecas “les robaban cuanto tenían, e las mujeres e hijas si eran hermosas las forzaban delante de ellos y de sus maridos, y se las tomaban, e que les hacían trabajar como si fueran esclavos, que les hacían llevar en canoas e por tierra madera de pinos, e piedra e leña e maíz, e otros muchos servicios de sembrar maizales; e les tomaban sus tierras para servicio de ídolos”.
Frente a esta penosa situación, los españoles forjamos una sociedad en la que todos los indígenas eran respetados como si hubieran venido de la península, se les evangelizó y se les mostró la lengua y la cultura que todavía tienen; pues fueron nuestros antepasados quienes llevaron hasta América las universidades, el urbanismo, la rueda y el trabajo del metal.
El que muchos sudamericanos rechacen a aquellas personas que les sacaron de la prehistoria sería como si los españoles condenáramos la conquista romana, cuando a ella le debemos, igual que nos deben a nosotros las naciones hispanoamericanas, la unidad de nuestra nación, la aparición de unas estructuras legislativas y administrativas eficientes y justas, el alfabeto y la lengua del que derivan los que tenemos actualmente… en definitiva: el haber abandonado nuestra condición de bárbaros para iniciar una existencia como pueblo civilizado.
Puede que a los defensores del “Socialismo del siglo XXI” les parezca justo que se sacrificaran personas todos los días ante falsos ídolos de piedra, pero a las personas con un mínimo de sentido común nos parece una actitud retrógrada e irracional que justifica plenamente la conquista de América, una acción de la que solo los españoles podemos enorgullecernos porque fuimos los únicos que tuvimos como primer objetivo de la conquista la evangelización de los infieles. Es decir, mientras que los monarcas españoles asumían que su poder proviene de Dios y que su misión es la de gobernar en su nombre y con justicia, los gobernantes de naciones protestantes como Holanda e Inglaterra entregaban la iniciativa de la conquista a sociedades mercantiles privadas, cuya única misión era la de obtener recursos económicos. Por ello, al mismo tiempo que nuestros antepasados creaban Virreinatos que se integraban en el Imperio español como provincias cualesquiera; los herejes ingleses fundaban colonias sometidas a la metrópoli, donde los indígenas eran esclavizados y masacrados.
A pesar de esto, no solo los iberoamericanos, sino también la mayoría de los españoles conservan todavía un sentimiento de culpa y de vergüenza ante nuestro glorioso pasado; cuando deberíamos de estar orgullosos porque, en palabras de Ramiro de Maeztu, “no hay en la historia universal obra comparable a la realizada por España, porque hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estuvieron bajo nuestra influencia”. Mientras que, todavía actualmente, en Norteamérica los poquísimos indígenas que existen se encuentran recluidos en reservas naturales, como si se tratara de animales; en Sudamérica la raza predominante no es la blanca, sino la criolla, que es consecuencia de la voluntad de fraternidad universal que nuestros antepasados asumieron al realizar la mayor obra de nuestra historia: la Hispanidad.
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