Patriotismo futbolero.
Desde que las continuas victorias del equipo de fútbol español manifestaran la posibilidad de obtener la victoria en la Copa de Europa, se está extendiendo por toda la geografía de nuestra amada nación un espontáneo patriotismo que parece estar resucitando entre nuestros compatriotas el, desde hace mucho tiempo, desaparecido orgullo de ser españoles.
El pasado Domingo, en una fuente cercana a mi casa, y ayer lunes, en la madrileña plaza de Colón (la misma que los izquierdistas de PRISA han pretendido sin éxito alguno rebautizar como la “Plaza Roja”), he estado escuchando a masas enfervorizadas gritando “Yo soy español, español, español…” y cantando el Himno Nacional (aunque, eso sí, no con la letra de Permán, sino con el democrático “lolololo…”).
La primera reacción que, ante esta situación, he sentido, es la alegría que para cualquier persona patriota supone el admirar decenas de balcones engalanados con la Enseña nacional, y a centenares de personas enfundadas tras camisetas rojigualdas; además de la seguridad que supone el poder pasearse por un barrio dominado por rojos sin temor a ser tildado de “nazi” por el simple hecho de lucir una pulsera con la bandera de España en una de mis muñecas.
No obstante, junto a la inmensa alegría que todo esto me ha producido, siento, paradójicamente, una gran tristeza y decepción. Es decir, me parece realmente patético que lo único que una a los españoles sea una estupidez tan grande como es el obtener un Título deportivo, una acción que para nada contribuye a mejorar el lamentable aspecto que padece nuestra Patria.
En lugar de unirnos para acabar con un Sistema que tiene sumida a España en la incultura, la delincuencia, el laicismo y la crisis económica; parece ser que el único, o por lo menos el principal, objetivo que en nuestra vida tenemos los españoles es ganar un partido de fútbol.
Por ello, este patriotismo es momentáneo y se extinguirá pasadas unas semanas, porque el eje que debe mantener unida a una nación debe ser una realidad que no sea temporal, sino eterna.
Es decir, esta situación es idéntica a la que vive una persona cuando identifica la felicidad con una pasión momentánea: Puesto que consagra toda su vida a lograr ese objetivo y, una vez logrado, éste se esfuma rápidamente, al final esa persona ha fracasado.
Del mismo modo, cuando un sujeto colectivo, una nación, atribuye su orgullo nacional o su destino histórico a un acontecimiento de carácter momentáneo; no logrará un sentimiento de cohesión nacional duradero, porque un partido de fútbol es un acontecimiento que para nada puede identificarse con nuestra patria inmortal.
Lo que debe unir a los españoles y llenarnos de orgullo, ha de ser nuestra gloriosa Tradición, que nos ha legado un Destino universal y eterno, a cuyo servicio debemos estar siempre.
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