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Tradición y Revolución

Las últimas declaraciones de Aznar.

Las últimas declaraciones de Aznar.

 

    Sorprendente podría resultarnos la última intervención pública del ex-presidente de España, José María Aznar, el pasado 3 de Junio; día en el que participó en un ciclo de conferencias celebrado en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid. Sorprendente por dos cosas: primero, por la hipocresía que implica el hecho de que el personaje que legalizó la píldora abortiva, que abrió las puertas a los “matrimonios homosexueales”, que eliminó de su partido la referencia al humanismo cristiano, y que, entre otras muchas cosas que podrían llenar esta breve lista, participó en la invasión de Irak; se atreva a pisar una Universidad católica. Pero además, y lo que es todavía más farisaico, porque el individuo que tiene el dudoso honor de llevar en su currículum político la iniciativa en la creación de las leyes que amparan lo expuesto anteriormente, no tuvo ningún tipo de reparo en afirmar que  "pretender avanzar en el camino que lleva a destruir el derecho a la vida y pervertirlo en un falso derecho a acabar con la vida es, simple y llanamente, retroceder en el camino de la civilización"; cuando ha sido precisamente él uno de los políticos que más han contribuido a ello.

    Sin embargo, la eterna hipocresía del PP dejó de sorprender hace mucho; pues no es, ni mucho menos, la primera vez que un integrante de este partido político intenta, y casi siempre logra, presentarse como un paladín de la Cultura de la Vida. También ha ocurrido lo mismo con Mayor Oreja, a quien Rajoy ha enviado a Bruselas no para deshacerse de él en el "cementerio de elefantes" que es el Parlamento Europeo, tal y como indican quienes creen que el jefe del PP pretende deshacerse de políticos católicos que frenen el ya consolidado "giro a la siniestra" del centro-derecha español; sino por una cuestión bien distinta. Una cuestión que, a mi entender, radica en la misma hipocresía en el seno de la cual se enmarcan, y así comprenden, las declaraciones de Aznar a las que hacía referencia al comenzar este artículo: la desesperada búsqueda del voto católico por parte de unos políticos laicistas y ateos. Porque sólo así se explica que el número uno de las listas populares se autodenomine, con Aznar y tantos otros, defensor de la vida y de las raíces cristianas de Europa; pero que al mismo tiempo pertenezca a un partido que pidió el Sí para una Constitución condenada por la Iglesia y que considere el debate del aborto una simple táctica para encubrir la crisis económica. Lo que hacen Mayor Oreja y Aznar es esconder sus cuerpos de lobos en sendas capas de pieles de oveja; ocultando una ideología áspera y sucia bajo la atractiva e inmaculada lana del Evangelio. Como dijera San Ignacio de Antioquia “algunos acostumbran a divulgar sobre Jesucristo con perverso engaño, y además hacen cosas indignas de Dios. A estos es necesario que los evitéis igual que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición”.

    Los lobos con piel de cordero siguen existiendo, y afilan sus colmillos para estar preparados el 7 de Junio, cuando millares de personas engañadas les eleven al Parlamento de la Unión y así les permitan continuar fagocitando lo poco que queda en Europa de su ethos cristiano. Y cuando, como a Aznar el pasado día 3, se les eche en cara su hipocresía, continuarán escudándose en  la supuesta incapacidad que tienen para cambiar una "ley consensuada y aceptada por la sociedad"; lo cual sirve a muchos católicos que les votan para justificar su actuación, pero que a otros muchos nos demuestra la verdadera concepción política de los populares: la que prima la Ley Positiva sobre la Ley Natural, contradiciendo sin remordimientos la Doctrina Social de la Iglesia del mismo modo que hicieron cuando redujeron el debate sobre las uniones homosexuales a una simple discusión que giraba en torno a su regulación positiva, esto es, si llamarlas "matrimonio" o "pareja de hecho"; pero sin plantearse nunca su compatibilidad con la Moral Objetiva.

    Así son los liberales, defensores, en palabras de Pío Baroja, de la “dictadura del número”, del imperio de la voluntad de la masa sobre la razón y la verdad. Para los populares  no existen principios eternos e inviolables, pues únicamente se reconoce el “consenso” como única Ley de la nación; aunque ésta sea injusta y no la acepten muchos de sus votantes. Pero una cosa es la ideología y otra muy distinta es el votante, y como el electorado católico es todavía importante, por mucho que les pese a los “progres”, es necesario disfrazarse unas semanas para captar su voto. Cuando el cómodo sillón de Bruselas esté asegurado, podrán volver a mostrarse tal y como son: partidarios, según Daniel Hannan, de las mismas premisas que los socialistas en un 97% de los casos; aunque eso en España no nos lo cuenten los medios de comunicación oficiales.

 

Nuevo Gobierno de las Vascongadas: más de lo mismo.

Nuevo Gobierno de las Vascongadas: más de lo mismo.

     La noticia estrella de las últimas semanas es, sin ninguna duda, el acceso de Patxi López a la presidencia del Parlamento Vasco. Si hemos de creer a  la mayoría de los medios de comunicación, el 4 de Abril de 2009 ha sido un día histórico para España, pues la investidura de un no nacionalista en el cargo de Lehendakai habría inaugurado una nueva era para el devenir político de las Vascongadas. Según informan los grandes medios de comunicación, el “agu” de Ibarretxe implica, como él mismo indicó hace una semana, el inicio del primer gobierno españolista de la democracia vasca. Por ello, el separatismo, y en consecuencia también el terrorismo que de él ha nacido y con él se alimenta; habría iniciado el esperado camino hacia su marginación de la vida política. De este modo, la persecución que se ha cobrado en tan sólo treinta años la estrepitosa cifra de 300000 exiliados, habría llegado a su fin y se inauguraría una etapa en la que sería posible defender públicamente la unidad de España sin correr peligro. Los niños podrían aprender español en la escuela sin ningún problema, la Enseña nacional ondearía en los edificios públicos y la Kale Borroka desaparecería. O por lo menos esto indican quienes identifican el pacto PSE-PP con la palabra “esperanza”.

     Sin embargo, aunque tengamos que contradecir al refranero español, de esperanza no siempre se vive; pues el nuevo gobierno vasco amenaza con ser más de lo mismo. Puede que sea cierto que la población de Vasconia haya manifestado su rechazo al separatismo elevando al poder al PSE, pero no así Patxi López. Según ha indicado él mismo cuando Ibarretxe le ha tachado de “españolista”, el nuevo presidente del País Vasco no es para nada el patriota que muchos esperaban. Lo ha dejado bien claro al afirmar que “no somos el frente españolista”, sino que “somos vascos pero tenemos una idea diferente de Euskadi”. Es decir, que el nuevo Lehendakai cree en el país imaginario que inventó Sabino Arana.

     Porque eso es en definitiva lo que algunos llaman “Euskadi”: el invento de uno de los personajes más incultos de la historia de España; el capricho de un personaje que creía en una raza que provenía, nada más y nada menos, que del hombre de Neandertal; una entidad, en definitiva, sin razón de ser y sin base histórica alguna. Nada, absolutamente nada, tiene que ver el país imaginario de los separatistas con la realidad histórica del pueblo vasco. Las Vascongadas siempre fueron un baluarte de la españolidad; y por ello, entre otros muchos episodios de nuestra gloriosa historia, fue un rey de estirpe vasca, Sancho III, quien se proclamó “Imperator totius Hispaniae”, y fueron Legazpi, Urdaneta, Blas de Lezo y otros marinos de la misma procedencia quienes hicieron de nuestra marina una de las mejores del mundo. Por algo se decía hasta hace poco que casi todos los habitantes de Vasconia eran hidalgos, porque siempre fueron considerados el paradigma de la españolidad. Ellos encarnaban el ideal del hombre hispano: el caballero honrado y virtuoso, dispuesto siempre a empuñar su espada para defender la verdad y la justicia.

      Por el contrario, frente al personaje que se hallaba siempre presto a desenvainar la “vizcaina” con el único fin de defender su honor y el de su tierra; nos encontramos ahora con los cobardes que sólo pegan tiros por la espalda. Pues eso son los etarras y los batasunos: felones que ha creado el nacionalismo, una ideología basada en el racismo de Arana y, consecuentemente, en el odio. Una ideología que es la misma que ha creado a “Euskadi”, la “nación” en la que cree Patxi López.  

    Una persona que asume como propia la palabra con la que el PNV bautizó al País Vasco, asume también el contenido separatista que lleva implícito en ella. Por eso Patxi López pertenece a un partido que no es, como el de Zapatero, “Obrero y Español”, sino simplemente “de Euskadi”; por eso, Patxi López se presenta siempre a la sombra de la ikurriña del PNV, pero nunca a la luz de la bandera española; y por eso, con Patxi López no cambiará nada la situación de la taifa vasca por mucho que los medios de comunicación hablen de “jornadas históricas” y “puertas a la esperanza”.

 

Nuevo Ministro.

Nuevo Ministro.

 Cuando, hace tan sólo unas semanas, ZP lograra hacerse una foto con Obama, su nuevo ídolo, y lograr cumplir con este sencillo acto el que había sido hasta entonces su gran sueño; la inmensa felicidad que, tanto para el Presidente español como para los ingenuos personajes que a ambos líderes comparan, supuso ese acto, se esfumó con la misma rapidez que duró la citada reunión. En efecto, para desgracia de Gabilondo, María Antonia, El País, la SER, y de todas aquellas personas o medios de información que, con toda seguridad, se hallaban en aquel momento prestos a empuñar sus armas mediáticas para presentar a Zapatero como un invicto líder mundial digno de estar en el G-20; la luz que del flash de aquella foto emanó se oscureció en un santiamén; pues la sombra de la incompetencia del Ejecutivo español la alcanzó de lleno.

  Al mismo tiempo que el “amigo” de ZP (por fin tiene uno, y ya no tendrá que mostrarnos las humillantes reuniones en las que siempre aparece marginado en un rincón) le daba la mano y arrancaba de su boca una sonrisa que competía en curvatura con sus cejas; se desvelaba que iba a producirse un repentino cambio en el Gobierno. Un cambio que todos aguardábamos, pero del que nadie, ni el más fantasioso, podría esperar a quién se encomendaría la dirección del Ministerio de Fomento: a Pepiño Blanco.

  Era lógico que fuera éste uno de los ministerios remodelados, pues el ridículo de Maleni resultaba humillante incluso para los votantes de ZP; pero es totalmente irracional que, incluso alguien con el “talante” de nuestro presidente, haya elegido para este puesto a un personaje que no ha llegado a Segundo de Derecho. No es concebible que una persona que sostenga sobre sus hombros, por muy débiles que éstos sean, el peso de toda una nación, se haya atrevido a regalar el Ministerio que más dinero maneja a un incompetente de tales dimensiones. Por lo menos en Educación ha puesto al Rector de una universidad, dando así una imagen tecnocrática; pero es incomprensible el poco valor que da Zapatero al Ministerio de Fomento, cuando éste es, como ya he dicho, ni más ni menos que el que más dinero maneja de todos.

  Cualquier persona sabe, tal vez incluso Pepiño, la importancia que tiene la gestión de la red de infraestructuras estatales para un gobierno; pues ésta no sólo contribuye a crear puestos de trabajo, sino que además ofrece una imagen de fortaleza que se adopta se tenga o no. Cuando la población ve que se construyen aeropuertos, autovías o redes de tren; la concepción que tiene es la de un Estado moderno que camina con eficacia hacia la modernidad; de ahí que un profesor mío dijera que, cuando hablamos del “pan y del circo”  siempre olvidamos mencionar las infraestructuras.

  Sin embargo, la perspicacia política de ZP no parece llegar a ver esto, pues, aunque la valoración que de él hacen los españoles va de mal en peor, no se ha preocupado de ceder el Ministerio de Fomento a alguien que sea capaz de utilizarlo para truncar esta situación. Ha decidido que su misión continúe siendo la de hacernos reír; algo  muy gracioso, que con Maleni ha logrado esbozar en nuestras caras unas sonrisas enormes como las de Zapatero; pero que no es para nada la misión que debería tener este Ministerio. En lugar de ser un Ministerio del Circo, tendría que cumplir su importante función, y eso al Presidente debería importarle aunque sólo fuera para dar buena imagen: a pesar de la ausencia de pan, junto al circo dispondría de las infraestructuras para ello; y como la masa española sólo se guía, como todas, por lo que recibe y se le vende, así podría perpetuarse más en el poder; y no ver cómo las encuestas dan una ventaja de cuatro puntos al PP en las elecciones europeas. Pero ni siquiera a eso llegan ZP y Pepiño.

Los Rojos y Bolonia.

Los Rojos y Bolonia.

  ¡Qué cansinos son los rojos con el maldito Plan Bolonia! Desde que se pusiera de moda identificar el rechazo a este Tratado con el izquierdismo radical, los porreros de todas las facultades de España han encontrado un nuevo sentido para su aburrida vida “universitaria” (entre sendas comillas). Después de llegar por la mañana a sus respectivos centros de enseñanza y desayunar unos cuantos canutos de marihuana y dos cervezas; patética situación de cuya veracidad puedo dar fe porque la he visto; ya no tienen por qué quedarse jugando al mus por los pasillos que les separan de sus clases. Ahora esta monótona vida ha encontrado un nuevo sentido que les permitirá liberarse durante un tiempo del peligro de caer en el aburguesamiento que, en teoría, critican que existe en la sociedad “Kapitalista” contra la que dicen luchar. Sociedad (o “Soziedad”, como la llama uno de sus grupos favoritos) de la que, en realidad, son ellos el más claro y patético paradigma.

  Digo, y aseguro, que son ejemplo del liberal-capitalismo porque carecen de un ideal verdadero, pues sólo se guían por la moda pasajera que los jerifaltes de instituciones como el autodenominado “Sindicato de Estudiantes” les imponen para justificar su propia existencia. Es decir, igual que los sindicatos chaperos, UGT y CCOO, tienen que montar cuatro inútiles concentraciones al año para que sus afiliados crean que están haciendo algo por ellos y, en consecuencia, poder seguir recibiendo los millones y millones de euros que todos los años les regala el Gobierno; también los cachorros del sindicalismo amarillista tienen que hacer algo para que parezca que están vivos y, de esta manera, ir entrenándose para el momento en el que dejen de ser crías y se transformen en bestias adultas a las que se pueda llenar el estómago con el dinero que debería destinarse, por ejemplo, a políticas sociales.

  Si hace uno años el slogan era “Nunca máis” o “No a la guerra”, ahora la consigna es “No a Bolonia”. Con este nuevo grito de guerra, la extrema izquierda ha conseguido enrolar en sus filas a una masa de mercenarios que combatirá a sus órdenes y le permitirá existir durante un poco más de tiempo. Al igual que en toda guerra provocada por el comunismo, se les presenta como héroes que luchan contra la clase opresora, aunque no son más que títeres de un grupo que les manipula.

  Son simples marionetas de un izquierdismo renovado, donde las masas ya no son obreros incultos y analfabetos que, al no haber tenido la oportunidad de estudiar y tener un mínimo de conocimientos; creyeron en el siglo pasado las promesas de felicidad eterna que les ofrecieron Lenin, Castro y compañía. Ahora que la terciarización de la economía ha eliminado a los proletarios, las nuevas hordas del marxismo están compuestas por otro sector social que, aún teniendo la posibilidad que no tuvieron los anteriores soldados de la izquierda, son igualmente incultos y analfabetos. La LOGSE se ha ocupado bien de ello. Ha sido tan fructífera la búsqueda de una juventud aborregada, que los promotores de la misma han conseguido que los hijos de la ley de educación socialista no distingan la “C” de la “K”; y que, en lugar de estudiar y trabajar para sustituir esta “subnormalcracia” que padecemos, por una meritocracia de élites capaces de dirigir a la Nación; se dediquen a pegar carteles todo el día por las paredes de las universidades.

  Los bisoños, sin embargo, se parecen en algo a los veteranos, pues cuando cantan “A las barricadas” no se limitan a pegar gritos, sino que también se ponen manos a la obra. Sólo que para ellos las barricadas ya están construidas: son los edificios de los Campus; y lo único que tienen que hacer es “okuparlas”. Se llevan su saco de dormir, marihuana para el desayuno, y sprays para decorar toda la facultad. Cuando les da por convocar una huelga, se dedica a sacar mesas y sillas de las aulas para obstaculizar el paso a quienes no la secundan, llenan de papel higiénico y periódicos todo el suelo, y luego se van de “manifa”. Y es en este momento cuando algunos de ellos, como ocurrió hace poco en Barcelona, se dedican a destrozar el mobiliario urbano y a provocar a la policía, que les da su merecido. Pero sólo que los mossos no son, por desgracia, ni de lejos como los “grises”; y por eso sus porras no logran quitarles las ganas de volver.

  Así es una gran parte de la juventud universitaria, y con este artículo no pretendo criticar su rechazo hacia el Plan Bolonia, pues yo también estoy en contra de él. Lo que reprocho es la hipocresía de quienes aprovechan que está de moda este tema para hacerse notar, como si fueran los estudiosos que saldrán perjudicados por él cuando en realidad no son más que una panda de personajes aburridos que se enganchan a cualquier cosa que pueda permitirles permanecer fuera de clase haciendo algo diferente a jugar al mus.

 

 

 

 

 

Sobre el "bebé-medicamento".

Sobre el "bebé-medicamento".

 

  Hace unos días salió en la televisión una entrevista realizada al padre de Javier Mariscal Puertas, persona que ha sido bautizada con el calificativo de primer “bebé medicamento” nacido en España. Su historia es sobradamente conocida por todos, pues los medios de comunicación progres se han ocupado de extender la noticia y hacer llegar a los oídos de todos los españoles la  positiva valoración que han hecho de la misma. Valoración que, por un lado, ha supuesto una nueva demostración del desprecio que los anti-vida profesan por la Ley natural; y, por otro, una oportunidad para que los enemigos de la Iglesia hayan expresado su conocido rechazo hacia esta  sagrada Institución. Y este rechazo, al igual que siempre, ha sido empleado para criticar la existencia entre los pro-vida de una supuesta incultura e inmovilidad en el pasado que son, en realidad, dos características que no poseemos quienes criticamos este acontecimiento, sino que son dos características que encarnan íntegramente quienes nos las atribuyen a nosotros.

  Ya el calificativo que se ha dado, no se por parte de qué persona o entidad, a este niño es un concepto totalmente indigno y despreciable: “bebé-medicamento”, es decir, “persona-cosa”; una palabra que une en un solo significado dos realidades tan antagónicas como son estas dos. Un ser humano es un fin en sí mismo, no un objeto, una “medicina” en este caso, o un medio para ser aprovechado por otro hombre. Una cosa es que, como consecuencia lógica e intrínseca del amor que constituye el origen y destino del hombre, una persona se ponga al servicio de otra de forma voluntaria; y otra, que no tiene nada que ver con la anterior, es que a esta persona se le imponga  como sentido de su existencia el ser un objeto creado para satisfacer a otra.

  No obstante, aunque podría no ser así, la verdad es que aunque se haya atribuido a Javier Mariscal un nombre que le califica como “cosa”, nadie duda de su total humanidad; ya que lo que se ha empleado para actuar como “medicamento” no ha sido su persona, sino solamente el cordón umbilical. Esto no es un problema: la moral católica, basándose en la Ley natural, acepta que las células madre extraídas de los embriones sean empleadas con un fin curativo, pues ello no implica dañar a ningún ser humano y es, al contrario, una manifestación de los grandes logros que puede hacer el hombre cuando utiliza la razón que Dios le ha dado para hacer el bien. No está pues ahí el problema, como han pretendido algunos, sino en la acción que ha precedido a ésta extracción de células en el proceso de fabricación de la “medicina” confeccionada para el hermano de Javier.

  Es decir, tal y como acabo de escribir, se ha “fabricado” a la “medicina”, a Javier, de una forma literal; pues lo que han hecho los médicos ha sido clonar a un embrión y después seleccionar, de entre todos los resultantes, a uno de ellos, desechando al resto. Por tanto se ha producido una doble violación de la Ley Natural: por un lado, se ha creado a seres humanos, reproduciéndoles en serie como si fueran objetos; y, por otro, se ha desechado, eufemismo de asesinado, a todos aquellos que no han sido considerado aptos para lograr el fin de este despreciable aquelarre eugenésico. Los médicos, olvidando el juramento hipocrático, han cometido un verdadero asesinato que el Sistema dejará impune.

  Pero una de las cosas que más me han llamado la atención de este tema ha sido la respuesta que el padre de Javier ha dado a los medios de comunicación cuando, en la entrevista que citaba al iniciar este artículo, le preguntaban si había tenido algún tipo de remordimiento o cuestionamiento moral por lo que había hecho. Su respuesta, no de una forma literal pero sí en contenido, fue la siguiente: “No, he hecho todo lo posible para salvar a mi hijo y lo he logrado; y a quien no le guste, me da igual, es su problema si tiene unos planteamientos propios del siglo XIX”. Sin ánimo de juzgar a la persona que ha dicho esto, pues eso es competencia exclusiva de Dios, considero necesario sin embargo estudiar esta frase por dos interesantes cuestiones: primero, porque el erróneo significado de su contenido es el que se ha empleado para justificar la clonación humana; y, segundo, porque es un claro ejemplo de que, como he dicho en el primer párrafo de este escrito, los “progres” acostumbrar a demostrar su ausencia de conocimientos cuando quieren presentar a los demás como los poco informados.

  Cuando escribo que esta frase se refiere a la justificación que se ha dado al caso del “bebé-medicamento”, me refiero a que se ha intentado demostrar la supuesta bondad del mismo porque, como ha dicho el padre, es el resultado de la desesperación de una familia que, impotente ante la enfermedad de un hijo, a luchado para cambiar el triste destino con el que éste había nacido. Si el objetivo era salvar al niño, ¿qué importa cómo se haya hecho esto? Lo importante es que el fin se ha logrado y todos han resultado felices. Así nos lo plantea el Sistema, y así puede parecernos a primera vista. Pero una reflexión del caso nos lleva a rechazar esta argumentación maquiavélica por el simple hecho de la falacia que supone el contenido filosófico de la misma: el fin no justifica los medios. No se puede salvar una vida asesinando a otras. Por ello, no importa que la intención fuera buena, porque los medios eran ilícitos y porque el resultado ha sido un crimen abominable.

  Se nos podrá responder que no había otra salida, y que tal vez nosotros podríamos haber actuado así de estar en la situación de los padres. Y nosotros replicaremos diciendo que sí, que es en parte comprensible; pero que, aún así, no es moralmente aceptable. También puede, en cierto modo, entenderse que un padre mate a dos niños pequeños para quitarles la comida que necesita su hijo y que nadie más puede ofrecerle; o que, no teniendo dinero con el que vestirle, robe sus prendas a otro chico para dárselas al suyo. Pero en ambos casos ocurre lo que el refranero español denomina “hacer pagar a justos por pecadores”. No podemos dejarnos llevar, como dice el filósofo Antonio Medrano, “por la democracia de las pasiones y la anarquía de los humores”, debemos actuar de modo que el único gobierno de nuestro cuerpo sea la “monarquía de la razón”: dejarse llevar por un sentimiento es a veces irracional, como ha ocurrido en esta ocasión, pues la actuación desligada del conocimiento suele desembocar en el mal.

  Y, finalmente, esto se relaciona con la segunda parte de la respuesta del padre, que dice que quienes cuestionamos su decisión somos irracionales, retrógrados y estamos anclados en el siglo pasado. Es una afirmación muy típica de los anti-vida, que siempre escuchamos pronunciar a las feministas, pro-abortistas, partidarios de la eutanasia y demás gente por el estilo; pero es todavía más incorrecta y fácilmente refutable que la anterior. Es decir, actualmente la investigación científica está muy desarrollada, tanto que podemos demostrar que, desde el mismo momento en el que se unen un óvulo y un espermatozoide, existe una nueva vida, única e irrepetible, que sólo necesita no ser interrumpida durante su desarrollo para constituir un cuerpo humano adulto. Negar esto es ser un auténtico retrógrado. Contradecir a los científicos diciendo que el embrión es un apéndice de la madre, es un insulto a la ciencia. Eso sí que es estar en el siglo XIX, y no lo demás.

 

 

Miré los Muros de la Patria Mía.

Miré los Muros de la Patria Mía.

                               Miré los muros de la patria mía,
                      si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
                      de la carrera de la edad cansados,
                      por quien caduca ya su valentía.

                      Salíme al campo; vi que el sol bebía
                      los arroyos del yelo desatados,
                      y del monte quejosos los ganados,
                      que con sombras hurtó su luz al día.

                       Entré en mi casa; vi que, amancillada,
                       de anciana habitación era despojos;
                       mi báculo, más corvo y menos fuerte.

                       Vencida de la edad sentí mi espada,
                        y no hallé cosa en que poner los ojos
                        que no fuese recuerdo de la muerte.

                                    Francisco de Quevedro.

"La Historia de España", de Marcelino Menéndez Pelayo.

"La Historia de España", de Marcelino Menéndez Pelayo.

  El  libro "La historia de España" constituye una selección de diversos textos escritos por Marcelino Menéndez Pelayo a lo largo de su trayectoria intelectual; los cuales fueron recopilados por Jorge Vigón en los años 30 del siglo pasado y publicados en esta obra. Para ello, tomó fragmentos de diversos libros del citado autor, insertándolos en función de su temática en una serie de capítulos que recogen la particular concepción de la historia de  España que tenía este gran escritor.

  Marcelino Menéndez Pelayo nació en Santander el 3 de Noviembre de 1856. A lo largo de su vida, finalizada en la misma ciudad el 2 de Mayo de 1912, demostró una gran erudición manifestada en el cultivo de disciplinas humanísticas como la filología, la filosofía y la historia. Fue elegido miembro de la Real Academia Españonla en 1880, director de la Biblioteca nacional de España en 1898 y de la Real Academia de la Historia en 1909; desarrollando a través de su extensa actividad intelectual una historiografía caracterizada por su concepción tradicionalista de la historia, que consideraba al catolicismo como el alma vertebradora de España. Entre dichas obras  destacan “La novela entre los latinos” y “Orígenes de la novela” en  filología; “Ensayos de crítica filosófica” en filosofía; y en historia “La ciencia española” y la monumental Historia de los heterodoxos españoles”.

  A partir de algunas de estas obras y de otras más, Jorge Vigón realiza un recorrido a través de la historia de España, desde los visigodos hasta la Restauración de 1874. Para ello, agrupa las fuentes empleadas en tres capítulos: “Hacia la unidad de España”, “Cuando no se ponía el sol en las tierras de España”, y “En la pendiente de la Revolución”; además de un “Epílogo” [1]. Las 350 páginas del libro narran en estos tres apartados el nacimiento de España, atribuido a la conversión de nuestra nación al catolicismo; el desarrollo político que posibilitó la fidelidad a la Verdadera Religión y, finalmente, el inicio de la decadencia española consecuencia, según demuestra el autor, de la “Revolución anticatólica” mantenida por las diversas calases de herejes que se han enfrenado a la Ortodoxia . El resumen es el siguiente:

  Desde el siglo VII está documentada la tradición que atribuye al Apóstol Santiago la predicación en España, aunque la ausencia de documentos que lo demuestren llevaron al cardenal Baronio a negarlo en el siglo XVI, empleando esta argumentación en el transcurso de una pugna por la primacía entre Santiago de Compostela y Toledo. Sea como fuere, lo que sí está documentado es la llegada de San Pablo, no sólo porque él confiese en sus Epístolas el deseo de viajar a Hispania, sino también porque así lo atestigua su discípulo San Clemente. Además, entre los años 64 y 65 San Pedro enviaría a siete predicadores que continuarían la evangelización de la Hispania romana.

  De este modo, se sentarían las bases de la futura nación española, nacida durante el reinado visigodo. Después de que Clodoveo reduciera los dominios de este pueblo bárbaro a una facción de Iberia, debido a su condición de herejes; Leovigildo intentó unificar a Hispania bajo su cetro. Para ello no se limitó a conquistar la Gallaecia, sino que además adoptó elementos imperiales, como el título“flavio” o los atributos de la corona y el manto reales; e intentó implantar la unidad religiosa bajo el arrianismo. Sin embargo, esto no fue posible debido a que su hijo Hermenegildo, bautizado con el nombre de Juan, se alzó en armas contra su padre en defensa de la Fe católica. Aunque resultó derrotado y ejecutado por el Rey, éste se arrepintió y aconsejó a su heredero Recaredo que adoptara la Religión católica. Esto se produjo en el III Concilio de Toledo (589), posibilitándose una fusión entre los hispanorromanos y los visigodos que daría lugar a una época dorada y de gran esplendor: San Isidoro desarrolló una importante actividad intelectual, se fundaron numerosos monasterios, y se estableció una cultura que influiría más tarde en toda la Cristiandad, a través de personajes como Teodulfo o el obispo Galindo.

  Pero todo esto sería destruido tras la invasión musulmana de 711, iniciándose una etapa de “claroscuro” que comenzaría a desvanecerse en el siglo XIII. En este momento, calificado por Menéndez Pelayo como uno de los más gloriosos de la historia de España, se produjeron acontecimientos tan importantes como la trascendental victoria de las Navas de Tolosa (1212), las conquistas de Córdoba, Sevilla, Mallorca y Valencia; las predicaciones antialbigenses de Sto. Domingo de Guzmán; o el desarrollo de las lenguas vernáculas: el castellano, con Gonzalo de Berceo y Alfonso el Sabio, y el catalán con Raimundo Llulio.

  Esta eclosión de cultura y poder permitirían el florecimiento de la nación española, que llegó a desarrollar un Imperio cuyo cenit se encontró en el reinado de Felipe II (1556-1598). A pesar de las grandes calumnias y difamaciones vertidas por sus enemigos, entre los cuales el autor destaca a Gregorio Leti, y de las acusaciones de oscurantismo e incultura; lo cierto es que, según escribe Menéndez Pelayo, bajo el mandato del “Rey Prudente” se producirían grandes aportes a  España y la Cristiandad. Por ejemplo, Esquivel trazó el primer mapa geodésico de España, se erigió el Monasterio de El Escorial, y se creó la Academia de matemáticas de Madrid. Además, el autor demuestra la falsedad de la idea según la cual la Inquisición sumió a España en el atraso, pues, además de los hechos mencionados anteriormente, durante los siglos XVI y XVII se produjeron avances científicos tan grandes como el desarrollo de las cartas esféricas por Sta. Cruz, descubrimientos botánicos protagonizados por Acosta, la formulación de la teoría del polo magnético por M. Cortés y el desarrollo de un nuevo planisferio por J. Rojas. Por último, el autor destaca otro gran acontecimiento ocurrido en esta época: el Concilio de Trento (1545-1563), que se caracterizó por ser “tan ecuménico como español”, y que fue fundamental para frenar la expansión de la herejía protestante por Europa, religión cuya destrucción asumió España.

  Pero con el advenimiento de la Casa de Borbón en el siglo XVIII se inició, según Menéndez Pelayo, la decadencia de España; pues con la nueva dinastía se extendieron nuevas ideas heterodoxas que derrumbarían el Imperio, ya que, en función de la concepción histórica  del autor, “Nunca se ataca el edificio religioso sin que tiemble y se cuartee el edificio social”. Concretamente, fueron los ingleses quienes precipitaron dicha penetración ideológica al invadir España durante la Guerra de Sucesión (1700-1713); puesto que no sólo se limitaron a perseguir al clero, sino que además, una vez adquiridas Menorca y Gibraltar, en el primer lugar pretendieron, sin conseguirlo, imponer el anglicanismo; y desde el segundo difundirían ideologías heterodoxas y permitirían el escondite de enemigos de España. Una de estas ideologías fue la masonería, que estaba en el Peñón en 1726 y un año después en Madrid.

  Sin embargo, aún habiendo España adquirido un rango de segunda potencia, durante los siglos XVIII y XIX se produjeron importantes descubrimientos que, una vez más, derrumban los tópicos de un supuesto oscurantismo intelectual español: Jorge Juan, Ulloa y Ciscar aplicaron las matemáticas a la náutica; Rojas fue un gran botánico;  y Elhuyar descubrió el tungsteno. El problema fue el de que, al contrario que en Inglaterra con la “Royal Society”, no se crearon entidades que permitieran colaborar a los diversos científicos entre sí y potenciar su trabajo.

  El siguiente paso en el camino por la destrucción de España fue el de la Guerra de la Independencia (1808-1814), en el transcurso de la cual se celebraron las Cortes de Cádiz en 1812. En ellas el pueblo español, cansado del absolutismo de Godoy y Bayona, asumió algunas de las ideas del siglo XVIII; aunque logrando Iguanzo, el caudillo del Partido Católico, mantener el reconocimiento oficial de la Religión católica. Pero esto no evitó que se produjeran excesos contra el clero, lo cual llevó al pueblo llano a apoyar la restauración del absolutismo bajo Fernando VII. Por ello, los liberales se pasaron en masa a la masonería, culminando sus conspiraciones con la sublevación de Riego en 1820, que produjo la pérdida de América. Una vez derrocado el liberalismo tres años después, Fernando VII abandonaría su tradicionalismo en favor del despotismo ilustrado, de modo que se inició una oposición interna manifestada en la “Guerra dels malcontents” de 1827. No obstante, a pesar de que se produjera lo que Menéndez Pelayo califica como una traición del Rey, durante su mandato se produjeron avances como el Código de comercio, la Escuela de farmacia y la construcción del Museo del Prado.

  Una vez fallecido Fernando VII, el liberalismo alcanzó el poder y las luchas entre las diversas facciones existentes en el seno del mismo sumieron a toda España en una etapa convulsa y revuelta, donde además existió una permanente guerra civil alentada por los carlistas, custodios de la verdadera esencia de la españolidad. Entre estas facciones surgió una que “dejó de creer en la soberanía del número para creer en la de la razón”, y cuya consecuencia fue el nacimiento del Partido Conservador. Éste sería un núcleo desde el cual diversos intelectuales frenarían el avance de la Revolución a partir de la “Ortodoxia”; entre los cuales destacaron Donoso Cortés [2] y Balmes como los principales, y Aparicio y Nocedal como otros secundarios pero también importantes. Además, surgieron  revistas y diarios como “La Esperanza” y “El católico” que contribuyeron a esta lucha.

  Pero la calificada como “resistencia ortodoxa” no impidió el arraigamiento de la Revolución, culminada cuando, aún habiéndose recogido 3,5 millones de firmas en contra, el 5 de Junio de 1860 las Cortes Constituyentes abolieron la Unidad Católica de España y permitieron que se produjeran acontecimientos tan nefastos como la expulsión de los jesuitas por la Junta Provisional de Barcelona en 1868, o la prohibición de la enseñanza religiosa y el cierre de las facultades de teología por Zorrilla, el nuevo Ministro de fomento.

  Finalmente, en su epílogo, el autor apela a la restauración de la Unidad Católica como único medio para revitalizar a la decadente España, pues, según afirma, “Ni por la naturaleza del suelo, ni por la raza, ni por el carácter parecíamos destinados a formar una gran nación”; ya que fue sólo la Religión el elemento integrador de todos estos caracteres y el que permitió que juntos formaran e hicieran grande a la nación española.

  Por lo que respecta a la bibliografía empleada para confeccionar el libro, ésta se caracteriza por estar compuesta única y exclusivamente por obras de Menéndez Pelayo, ya que el libro es una recopilación de fragmentos  escritos por él. Jorge Vigón toma distintos libros y discursos del citado autor, seleccionando los fragmentos que considera más representativos a la hora de juntarlos en un libro que pretende ofrecer una síntesis de la historiografía del escritor santanderino. Entre estas fuentes, destaca la monumental “Historia de los heterodoxos españoles” [3], un libro que, publicado en Madrid, fue escrito entre 1880 y 1882  y confeccionado a raíz de la influencia que en su autor ejerció su gran amigo y mentor Gurmersindo Laverde. En este libro, Marcelino Menéndez Pelayo traza una historia nacional basándose en las diversas “herejías” que han existido en España, demostrando, a lo largo de las 4000 páginas que componen sus tres tomos, que la esencia histórica de España se haya en el mantenimiento de su fidelidad a la Ortodoxia religiosa. Para ello emplea una grandísima cantidad de fuentes primarias, como por ejemplo las obras de Erasmo de Rótterdam o de Sepúlveda a la hora de abordar el tema del protestantismo en la Península; así como un gran número de documentos secundarios como diversos artículos del doctor Boehmer o de Tomás Tapia.

  Aunque la “Historia de los heterodoxos españoles” constituye el principal referente historiográfico empleado por Vigón, no éste es el único que cita en el libro. También se destacan otras composiciones cuya temática es más concreta y de donde el recopilador selecciona fragmentos relacionados con capítulos cuyo contenido se relaciona directamente con las tesis que defienden dichas obras. Por ejemplo, “La ciencia española” (1876) es un libro donde el autor reivindica la existencia de una tradición científica española; y que es empleado por Vigón para completar los capítulos de “La historia de España” donde se aborda esta temática, principalmente cuando desmonta el mito según el cual en la España Moderna no existió ningún tipo de actividad científica. Otro de estos libros es “Estudios de crítica literaria” (1884), empleado en capítulos como el que se refiere a la Edad de Oro de los siglos XVI y XVII, o aquel otro que analiza la historiografía desarrollada para estudiar la figura histórica de Cristóbal Colón. Para abordar este último tema, el del Descubridor de América,  el literato santanderino cita una gran cantidad de fuentes que permiten determinar la gran calidad histórica de su libro, como por ejemplo las obras de Humboldt y Cesáreo Fernández Duro, o a autores críticos con el marino genovés como Draper; lo cual demuestra el afán de Menéndez Pelayo por lograr un estudio objetivo. Otras fuentes son: “Historia de la poesía castellana en la Edad Media”(1911), empleado por ejemplo al analizarse la figura del rey humanista Alfonso V de Aragón o de los Reyes Católicos; “Ensayos de crítica filosófica”, aplicado en el capítulo referido a Ramón Lull; varios discursos como el leído en la Fiesta literaria del 26 de Junio de 1911, que alude al advenimiento de la Casa de Borbón; y, finalmente, adiciones o prólogos escritos por el autor santanderino para obras de otros autores, un ejemplo de lo cual son las adiciones a la obra de Otto von Leixner “Nuestros siglo”, referente al siglo XIX.

  Por tanto, podría achacársele al libro de Jorge Vigón el hecho de ser subjetivo por emplear únicamente fuentes de un sólo autor, restando así la objetividad histórica que supondría el contraste de obras de autores que sostengan cosmovisiones distintas de un mismo tema. Sin embargo, el hecho de que el objetivo del recopilador sea el de ofrecer una síntesis de la reflexión histórica de Menéndez Pelayo justifica esta actitud, que no  pretende elaborar un manual de historia. Por otro lado, si se acude directamente a las fuentes citadas, el lector descubrirá que el escritor santanderino se caracteriza por emplear una grandísima cantidad de citas que sí contrastan fuentes directas e indirectas que sostienen concepciones distintas de los hechos abordados.

  Concluyendo con el análisis de las fuentes empleadas en “La Historia de España”, es necesario hacer referencia a que muchas de ellas pueden estar hoy en día superadas, pues todas son anteriores al primer tercio del siglo pasado y pueden haber sido revisadas por estudios posteriores. No obstante, esto no elimina el hecho de que la gran calidad de las mismas, así como la característica de que muchas de ellas sean primarias, permitan asegurar que todavía en la actualidad Menéndez Pelayo sea un historiador muy a tener en cuenta por haber aportado una gran cantidad de reflexiones y datos bien documentados a la historiografía española. Además, la singularidad de que el autor sea considerado el “abuelo” del pensamiento conservador español realza esta importancia, pues el análisis de su obra permite estudiar tanto la filosofía como la  actitud política y concepción de la historia del conservadurismo y del tradicionalismo español.

  Para finalizar esta recensión, también comentaremos algunas cuestiones de forma del libro. En primer lugar, es de resaltar la gran aptitud para la escritura que manifiesta el literato santanderino, quien, a lo largo de sus escritos, no sólo demuestra la grandísima erudición que le transformó en 1905 en uno de los candidatos al Premio Nobel; sino que además hace presente su gran capacidad para la literatura, manifestada en el empleo de muchas figuras poéticas y retóricas de gran belleza a lo largo de sus libros. 

  También es destacable, dentro de este breve análisis de la forma del libro, la idoneidad del título. Es decir, quien acuda a “La Historia de España” para conocer el devenir histórico de dicho país no será defraudado, pues es precisamente esto lo que se narra a lo largo del libro. Eso sí, tal y como hemos escrito anteriormente, no se hace como un manual de historia, sino como la reflexión personal de un autor, de modo que a veces impera la subjetividad. La única “pega” que se puede poner a este aspecto consiste en que no todos los temas se abordan con la misma amplitud, pues, aunque la Edad Media y, tal vez en menor medida, la Edad Moderna, están muy bien descritas; la Edad Contemporánea, que por razones obvias se reduce al siglo XIX, no está explicada tan profundamente. Podemos ver esto en el tema de la I República, reducido a una breve valoración de sus cuatro presidentes, por lo cual tal vez el lector puede decepcionarse al suponer que este momento histórico, por el hecho de ser contemporáneo al autor, debería estar incluido con mayor profundidad.

   Por último, también se echan de menos instrumentos auxiliares como mapas y esquemas, aunque también esta rémora puede justificarse por tratarse de un libro escrito en una época dónde no era tan habitual su empleo y también por el motivo de que el público al que se dirigen las fuentes empleadas no es la totalidad de la población, sino un sector iniciado. Sin embargo, el hecho de que el libro creado por Jorge Vigón pretenda resumir estas fuentes para adaptarlas a un público amplio y profano, permiten asegurar que “La Historia de España” constituye un libro muy adecuado para todo aquel que desee conocer de una forma fiel y sintética la interpretación de la historia que adoptó el grandísimo intelectual que fue Marcelino Menéndez Pelayo.

 

 Notas:

    [1] Este genial Epílogo se encuentra íntegro en el siguiente enlace: http://tradicionyrevolucion.blogia.com/2008/052201-sintesis-de-la-vision-de-espana-de-marcelino-menendez-pelayo..php

    [2]   Un breve resumen de  una de la obra más representativa de Donoso Cortés, su célebre “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”, también fue publicado en este blog: http://tradicionyrevolucion.blogia.com/2008/092401--ensayo-sobre-el-catolicismo-el-liberalismo-y-el-socialismo-de-juan-donoso-corte.php

    [3]     La monumental obra de Marcelino Menéndez Pelayo se encuentra digitalizada:   http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01361608688915504422802/index.htm

 

 

 

Pepiño...¿valores?.

Pepiño...¿valores?.

 

  Después de que  el Tribunal Supremo de “Justicia” rechazara el derecho a la Objeción de Conciencia que deberían tener los padres ante la intromisión del totalitarismo laicista en la educación moral de sus hijos; aquellos que tanto abanderaron la lucha por este asunto hace tan solo unas décadas, cuando su falta de honor y de servicio a la patria les impedía hacer la “mili”; manifiestan su alegría ante el, según parece, imparable avance de la Revolución “progresista”. Así lo confesó Mercedes Cabrera cuando se hizo pública la sentencia (y también dos días antes en youtube, manifestando una conexión entre el PSOE y los jueces que demuestra lo que los socialistas entienden por “independencia del poder judicial”); y así lo expresó también Pepiño Blanco cuando reconoció ante las cámaras de televisión que “explicar cómo se utiliza un preservativo está de acuerdo con nuestros valores”.

  Cuando un sujeto como éste dice una cosa así, podríamos pensar que es consecuencia de su incultura y ausencia de formación; ya que, a pesar de que Pepiño ostenta el cargo de Vicepresidente del PSOE (o tal vez precisamente por eso, es decir, para mantener el nivel intelectual de los políticos que dirigen el bipartidismo español) ni siquiera ha terminado su carrera universitaria. Y no es que tenga nada en contra de aquellas personas que no tienen estudios. Pero sí que lo tengo en contra del igualitarismo social que pretende establecer el dogma de que cualquier persona sirve para gobernar o para hacer cualquier otra cosa. Yo defiendo aquella jerarquización ya expuesta por Platón y según la cual toda sociedad ha de dividirse entre intelectuales, que dirigen a la Patria, trabajadores, que la edifican, y soldados, que la defienden; y todo ello sin restar a cada miembro del cuerpo social la importancia que posee manteniéndose firme en su puesto, que es tan digno en cualquiera de los tres lugares en los que la naturaleza le haya situado. Pero sin pretender realizar una actividad que no le corresponde, ya que así  se contribuye a desmoronar al Sistema, de manera análoga a la vemos en nuestros políticos.

  Aclarado esto, continúo con Pepiño. Decía antes que tal vez la afirmación del Vicesecretario del PSOE se debe a que la LOGSE y la LOE todavía no estaban aprobadas cuando él estudiaba y, por tanto, no tuvo la facilidad que tenemos ahora los estudiantes para pasar de curso.  Por ello puede estar donde está y permitirse decir cosas sin sentido. Sin embargo, después de haber leído durante estos días a Chesterton, me inclino a pensar que el intento de disfrazar el uso de anticonceptivos con el calificativo de “valor” no se debe a la idiotez; sino a que, por una razón intrínseca e irrevocablemente unida a la esencia del llamado “progresismo”, esta palabra no existe en el vocabulario de los socialistas (y, dicho de paso, tampoco en el de los peperos, que son los mismos perros con distintos collares).

   Dice el Apóstol del Sentido común en “Ortodoxia” que “progresar” equivale a “caminar por el camino”, es decir, a avanzar sin saber a dónde vamos, porque el relativismo nos impide tener una meta hacia la que dirigirnos.  En lugar de tener unos ideales únicos y absolutos, vamos cambiando continuamente de ideas, de manera que al final termina desvaneciéndose la posibilidad de tener un valor, ya que esta categoría debería caracterizarse por ser eterna. Chesterton lo dice así: “No (…) alteramos lo real para adaptarlo al ideal. Estamos alterando el ideal, es más fácil”. Por ello, los socialistas antes asesinaban a los homosexuales y ahora abanderan la lucha por sus supuestos “derechos”; por ello, antes defendían el comunismo y el colectivismo, y ahora son tan capitalistas como el que más; por ello, Largo Caballero colaboró con la dictadura de Primo de Rivera y después se pasó a las filas de sus opositores; por ello, Felipe González ganó las elecciones con el lema “OTAN, de entrada NO” y después se incorporó a ella; y, por ello, Zapatero critica a Palestina y al mismo tiempo es uno de los principales exportadores de armas de Israel.

   Esto es lo que les pasa a las personas que no tienen valores ni ideales: al no saber qué son, pueden llamar así a cualquier cosa, igual que Pepiño.

   Por el contrario, quienes creemos en la Verdad Absoluta debemos actuar como dice Ángel Ganivet en su “Idearium español”: “No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir; y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre”.

  Este “eje diamantino” es el honor, y todos los valores que de él emanan. Unos valores que imprimen en nuestra alma una actitud ante la historia y ante la vida que nos permite distinguir el bien del mal. Unos valores que permiten que rechacemos la “Educación para la felonía” por ser contraria a los mismos. Unos valores, en definitiva, que por emanar directamente de Dios nos permiten estar seguros de que, aunque las personas que llamen así a cualquier cosa lo nieguen, la Verdad es eterna y siempre vence.